Durante la pasada Semana Santa, varios ministros afirmaron en público ser los novios de la muerte. Lo hicieron con música, para darle más énfasis, mientras un Cristo despellejado y herido, y con las articulaciones rotas, desfilaba ante sus ojos sobre los brazos de un grupo de legionarios con las camisas abiertas que también afirmaban ser los novios de la muerte. Esto ocurría en España, en marzo de 2018, con el país hundido en una crisis que además de provocar miles de desahucios anuales, había dado lugar a una juventud mayormente en paro y con un tercio de la población en riesgo de pobreza. El terror no descansa. Somos huéspedes del hotel en el que transcurre la acción de El resplandor. Para que se te erice el vello no necesitas abrir la puerta de la habitación y asomarte al pasillo. Basta con que tomes el mando a distancia de la mesilla de noche y enciendas la tele. Ahí verás a nuestros representantes presumiendo con emoción contenida de tener a la muerte por la más leal de las compañeras.

Lo sabíamos. Sabíamos que hablan más con la muerte que con los representantes sindicales. Lo sospechábamos al menos por su aspecto patibulario. Uno a uno te ponen los pelos de punta, pero todos juntos, entonando el himno, o lo que sea, de la Legión matan de miedo a media España. Y a la que no matan de miedo la matan de la risa, que viene a ser lo mismo. Hay ocasiones en las que no hay manera de distinguir una carcajada de un alarido de terror. Cuando se dan de forma simultánea, tiene uno muchas posibilidades de atragantarse y fenecer. Se muere uno de la risa como se muere uno del espanto. Con frecuencia, se muere uno de las dos cosas a la vez. ¿Se trata de una muerte deseable?

No tenemos ni idea. Por cierto, que el Cristo que alzaban los legionarios es conocido como el Cristo de la Buena Muerte, ignoramos por qué. Que nosotros sepamos, Cristo tuvo un final atroz. Le echaban vinagre en las heridas sin dejar de escupirle y de clavarle lanzas. Si eso es una buena muerte, que venga Dios, nunca mejor dicho, y lo vea. Claro, que los ministros-novios de la muerte llaman a esto que nos ocurre (los desahucios, el paro, la pobreza, la desigualdad) el milagro económico español. Para morirse, en fin, no sabemos si de la risa o de lo otro.