El sábado 20 de enero se cumplió un año de la toma de posesión de Donald Trump, como el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. Será bueno reflexionar cómo ha sido este primer año, puesto que ha estado sometido a una crítica inusitada e insaciable. Toda la prensa internacional ha creado a su alrededor un ambiente enrarecido y convulsionado, contexto que no había conocido ningún predecesor suyo. Y es algo alarmante que esta persecución proceda de la esfera de su antecesor Barack Obama y de su opositora, la candidata Hillary Clinton, frustrada con la pérdida, y que no han dejado de tocar ninguna tecla para degradarle y aún con amenazas de destituirle. Hasta se ha montado una «sociedad secreta» compuesta por agentes y altos funcionarios del Departamento de Justicia para echarle de la Casa Blanca. A lo que hay que añadir una insólita hostilidad de los medios de comunicación mundiales y de algunas élites políticas, desde antes de haber empezado a actuar. ¿A qué se deberá tanta persecución? Sólo puede ser porque ha dejado de lado las ideologías imperantes favorecidas por poderosas fuerzas, que promueven el aborto, la ideología de género, y la destrucción de la cultura cristiana, que era el programa de su antecesor, dentro de la orientación de la ONU. Para las personas comprometidas con la defensa de la civilización occidental, la Presidencia de Trump debe tener otra lectura, pues ha tenido gestos que mueven a valorarlo y acogerlo con regocijo, por las importantes acciones que ha llevado a cabo. Una de las primeras iniciativas, tras su investidura, fue cumplir con uno de los objetivos que se había propuesto en su campaña: la defensa del derecho a la vida de los no nacidos. Para ello, a los pocos días de la toma de posesión, suprimió los fondos del Gobierno para financiar ONG que promovían y practicaban abortos en el extranjero. Hay que señalar, como otra acción: el nombramiento de Neil Gorsuch, considerado como conservador, firme defensor de la libertad religiosa y bien visto por los grupos Pro-Vida, como miembro de la Corte Suprema americana. Además, en el mes de octubre Donald Trump prestó su apoyo a un proyecto de ley, que presentado por los republicanos tiene como aspiración proscribir el aborto tardío, que en este momento está para su ratificación en el Senado. Y hace pocos días, en enero, el presidente estuvo con la Marcha anual por la Vida en EEUU donde tuvo un emotivo discurso, denunciando el terrible crimen que es el aborto. Otro punto a considerar de su actuación que ha llevado a crear todas esas clases de persecuciones, es el rechazo al globalismo. Un movimiento político, muy introducido en los pueblos de la cultura occidental, que pretende acabar con el Estado-Nación, para dar paso a un Gobierno mundial global en manos de fuerzas sociales y económicas ocultas, y a las que la Comunidad Europea se está entregando con renuncia de su cultura tradicional. Estas fuerzas son tan grandes y poderosas que le han impedido cumplir sus promesas electorales. Pero ha superado la actitud servil de sus antecesores hacia la orientación de la Organización de las Naciones Unidas que están favoreciendo acciones contra el Occidente Cristiano. Estos hechos fueron lo que le llevó a retirarse de la Unesco, harto de su orientación antiisraelí, de la constante promoción del aborto en las naciones del Tercer Mundo, el impulso que están dando a la ideología de género y acentuando al aborto como derecho. Otro tema, en el que se le ha acusado muy duramente, ha sido por su retirada de los Acuerdos de París contra el cambio climático, acuerdo que consideró injusto y contrario a los intereses de su pueblo, desechando las ideas con que se asusta, al estimar que se trata de una teoría que no es aceptada por muchas corrientes científicas. Hay otro tema que se ha de considerar, y que probablemente sea motivo de la persecución al presidente norteamericano: el cambio que ha hecho de la política llevada por Obama y prometida por Hillary Clinton de la persecución a la libertad religiosa. Y aunque no haya podido recuperar el vigor del sentido religioso del país, que siempre había sido el pilar de la idiosincrasia norteamericana, es digno de alabanza la orden ejecutiva que promulgó en mayo dirigida a preservar la libertad religiosa en los Estados Unidos de América. El secretario de Sanidad en funciones, Eric Hargan, indicó que el presidente Trump «prometió a los estadounidenses que su Gobierno defendería vigorosamente los derechos de libertad de conciencia y religión, y esa promesa se cumple hoy». Tema que volvió a tratar en una alocución pronunciada en octubre en el contexto del «Values Voters Summit», donde abogó por reivindicar la importancia de la familia, y con esta ocasión vino a recordar que la Libertad Religiosa en los Estado Unidos estaba protegida en la Primera Enmienda de la Declaración de los Derechos, y llegó a afirmar que «Estados Unidos es una nación nacida bajo el mandato divino». Esta actitud, que ha sido una corrección de la política de Barack Obama, e iba a seguir Hillary Clinton, es el motivo de tan dura persecución, con amenazas aún de destituirlo, porque se opone a lo políticamente correcto. Y el libro que últimamente se ha publicado contra él, ha sido promocionado y favorecido por la persecución que se ha destapado, ante el cambio de política que ha supuesto la defensa de la cultura tradicional de libertad religiosa. Todos los defensores de la cultura de occidente ven con optimismo la actitud del presidente de los EEUU, pues ha hecho retroceder: la cultura de la muerte fomentada y pagada por las nuevas ideologías feministas; el globalismo, que nos inunda deshaciendo el concepto de Nación-Estado y nuestra cultura tradicional; y ha hecho retroceder en su país la persecución a la libertad religiosa, con la afirmación de que es la primera enmienda de la Constitución americana, por lo que hay que protegerla. ¿Por qué la prensa mundial tiene tanto empeño en ocultar estas notas interesantes de la política de Donald Trump, y sobrevalorar algún error? Toda la política de Trump es censurada por el cambio que ha supuesto a la política de globalización que se ha promovido desde la ONU, y la ideología género que está destruyendo la convivencia en la sociedad humana. Esta actitud del presidente norteamericano ha supuesto abrir una puerta a la consideración y valoración de nuestra cultura de occidente, y no caer en el economismo de la globalización, ni en las aberraciones del moderno feminismo que nos inunda.