Einstein solía decir que entender algo significa poder explicárselo a la abuela. Por eso su teoría de la relatividad incluye algunas explicaciones sencillas. Una de ellas, indudablemente gráfica, es que si pones una mano sobre una estufa caliente durante un minuto te parecerá una hora; por contra, si te sientas al lado de una mujer guapa durante una hora puede llegar a parecerte un minuto. Invirtiendo el orden de factores en los sexos, incluso barajándolos, sucedería lo mismo. La relatividad consiste en eso. No existe una manera de establecerla, sin embargo, en la idea que muchos independentistas catalanes tienen de la no violencia, por mucho que algunos de sus dirigentes sigan invocando a Gandhi con el fin de ganarse a la opinión pública internacional como víctimas de una supuesta represión. Lo que están haciendo los llamados comités de defensa de la república acosando a los jueces, los policías y a quienes en Cataluña se muestran partidarios de España, es conducirse con violencia. Ser violentos es quemar contenedores y neumáticos, agredir a los dirigentes de los partidos constitucionalistas, atacar sus sedes, provocar e insultar a los agentes del orden público. Todo eso es violencia. La desobediencia civil masiva que preconizan los CDR y estimula TV3, el ejemplo más ofensivo y descarado que conozco de propaganda sectaria en una democracia, es inexcusablemente violencia. Sería justificable en el caso de que las movilizaciones en las calles se dirigiesen contra un estado colonialista u opresor que intenta imponer reglas del juego antidemocráticas. Obviamente no es así, Cataluña no es una colonia y España está lejos de parecerse a un estado opresor, el único que trata de imponerse es el imperio de la ley que se pronuncia contra unos dirigentes que la han incumplido y que, además, parecen dispuestos a seguir por el mismo camino. Los políticos nacionalistas son incapaces de manejar como el resultado de unas elecciones que, en cierta medida, les ha sido favorable. La violencia en Cataluña es sinónimo de frustración.