Finalizada la semana de Pasión, comienza para un gran número de mujeres del hemisferio norte el Via Crucis de la llamada operación bikini, consistente en seguir una dieta draconiana y un calendario de ejercicio que para sí quisiera un atleta olímpico. Las barbaridades que, en nombre de la belleza femenina, se han perpetrado a lo largo de la historia han sido incontables, pero ninguna me parece más aberrante y dolorosa que la actual obsesión por la delgadez y la juventud.

Si algo caracteriza esta nueva dictadura del culto al cuerpo en Occidente es su implantación casi universal. Da igual el éxito profesional que haya alcanzado una mujer, su edad, su posición económica o su estado civil: las leyes implacables de la belleza son de obligado cumplimiento y todas nos doblegamos ante ellas como mansas corderitas. Conozco a mujeres bravas, combativas, concienciadas acerca de la manipulación de la que somos objeto que no pueden abstraerse a esta realidad y son víctimas de las dietas, la cirugía y el bótox. Ya no digamos el resto...

La industria de la moda, las grandes firmas de estética, los conglomerados farmacéutico-alimentarios y los medios de comunicación impulsan un negocio gigantesco basado en la inseguridad femenina, una especie de agujero negro que absorbe la autoestima, la felicidad y la satisfacción dejando tras de sí solo oscuridad. «Exagera», pensarán algunos lectores, a los que animo a que pregunten a las mujeres a su alrededor qué tal se llevan con su cuerpo.

También pueden obtener una visión fundamentada si consultan a los médicos y psicólogos implicados en la lucha contra las enfermedades y trastornos de la alimentación. A buen seguro les dirán que nunca habían existido desde edades tan tempranas y en un número tan elevado, sin duda provocados por lo que la psicoterapeuta y escritora Susie Orbach denomina «la violencia simbólica». Tomen al azar una revista de las llamadas femeninas y obsérvenla: en sus páginas encontraremos instrucciones muy precisas acerca de cómo debe ser una mujer, de los pies («Pedicura perfecta para esta primavera») a la cabeza («Dile hola a la melena con la nueva generación de extensiones»), pasando por las nalgas («Consigue un culo diez»), el pecho («Aumenta dos tallas con los nuevos push-up») y hasta la vagina («Cirugía vaginal: a debate»).

Ante este tipo de críticas a un sistema que se nutre del odio de las mujeres a su propio cuerpo, siempre surge una voz que aduce: «Bueno ¿y qué? Cada mujer es libre de hacer lo que quiera con su cuerpo». Lo cual es cierto solo en parte; una mujer puede hacer lo que le venga en gana, pero hay que ser muy ingenua para pensar que su elección es libre. Ser libre o vivir tu cuerpo en libertad es todo lo contrario a someterlo a cirugías, pinchazos, dietas o ejercicios extenuantes con el fin de ser o seguir siendo -no nos engañemos- sexualmente atractivas. Para la escritora Naomi Wolf, «una cultura obsesionada con la delgadez femenina no está obsesionada con la belleza de las mujeres, esta obsesionada con la obediencia de éstas». Porque eso es lo que hacemos, obedecer, someternos, vender nuestra autoestima a los gurús de la moda, a los iconos de Hollywood, a las delgadísimas presentadoras de televisión, a las cantantes explosivas y a las nuevas prescriptoras de cómo ser y parecer: blogueras, socialités e instagramers. Lo que nos faltaba.

Y como la inseguridad es altamente contagiosa, lo que hace una sola mujer repercute en todas las demás. Cada operación estética, cada relleno de hialurónico, cada lifting facial refuerza el nuevo control social. Ahora que las mujeres hemos huido de la vigilancia del hogar, de la familia, y hemos salido al mundo y conquistado nuestro espacio laboral, nos dejamos monitorizar mediante el control de nuestro cuerpo y el ideal al que este debe aspirar. Es ingeniosamente cruel: una legión de mujeres siempre vulnerable, siempre pendiente de la aprobación ajena, siempre con miedo a engordar, a envejecer.

Yo, que sé todo eso, cada primavera me enfrento con horror a un cuerpo cada vez más grueso, cada vez más viejo. ¡Cómo se habrá grabado en mis neuronas desde niña el mensaje de que debo satisfacer la mirada ajena para hacerme tanto daño a mí misma! Comienza abril y la perspectiva de mostrar mi cuerpo en bañador me produce una ansiedad tan intensa que solo puedo controlarla mediante la dieta. De hecho, según Wolf, «la dieta es el sedante político más potente de la historia de las mujeres; una población tranquilamente loca es una población dócil». Así nos quieren: ensimismadas en nuestro cuerpo, concentradas en embellecernos, peleadas con nuestra feminidad, para que no demos guerra por lo que de verdad importa.