Urge la creación de una Oficina de Defensa del Turista. Una más, sí, como tantas y tantas otras que pueblan los despachos de nuestras administraciones, pero dedicada a preservar nuestro activo productivo único y fundamental, lo que la hace, por tanto, más importante que el tren a Marbella, que la ampliación - una tercera, cuarta o quinta pista - del aeropuerto o que los esfuerzos para la defensa de los grandes proyectos monumentales de esta ciudad, porque parafraseando a San Pablo en su Carta a los Corintios (que tantas veces hemos oído en los preámbulos de un divorcio) «Si no tengo turista, no soy nada».

El turista necesita una mano amiga que lo libre de las calles de la fritanga, que el olor combina mal con la crema factor 50 de protección solar, y lo lleve donde arrecie el azahar, para que vuelva a Oslo añorándolo todos los días; que lo levante de las islas apalmeradas de la playa de la Malagueta, destino imprescindible de heces caninas; que insufle valor para pasar los Rubicones que circundan el Centro, por si hubiera algo más en esta ciudad que pudiera gustarle; que le revise la cuenta para purgar cañas no pedidas ni tomadas; que lo guie por el Museo de la Aduana para que haga hueco a los Moreno Carbonero, Ferrándiz o Simonet junto al imán de la nevera de Picasso. Que sepa que Málaga es mucho más que una forma de pedir el café o que un descarte de Tiburón ensartado en un pincho al que quieren llamar «espeto».

Sirva la defensa como camino de enseñanza, para que el turista pueda ser el visitante sin sandalia y calcetines; que llegue a ser el amigo que conoce, reconoce y exige, al que no le valga el todo vale. No cejemos hasta que exija manolitas, eso sí: from may to august.