Das un zapatazo en el centro del país y una ola se expande haciendo que se despeguen de su raíz mogollón de chavales, de cinco a infinitos años, con ganas de tocarse la flor a ver si pita. Telecinco acoge en su convento a una fauna con talentos especiales para tocarse el badajo y llegar a fin de mes frescos como rosas de pitiminí. Hay un puñado bullanguero de jóvenes que, a pesar del bajón de fieles con el cambio de hora y cadena, quieren sentarse en el trono de los hormonados para pillar cacho en Mujeres y hombres y viceversa mientras la del falo inalámbrico, la inmutable Emma García, va soltando paridas sobre el deseo y el amor y los cuernos y otras chuminadas de plató. Además, y bien que me alegro con esa alegría monjil, pecaminosa, sin tapujos y reconfortante de ver cómo uno de los emblemas de Mierdaset se desintegra llevando sus audiencias a ras de los malísimos datos que hace Cuatro en la tarde, es decir, que esos hombres, mujeres y otros lindos berzas sólo están regalando a la cadena dolor de cabeza. Que se fastidie. Pero este tipo de talentos están aquí vetados. El cuerpo en sí mismo no es un talento a medir en la pieza de hoy si sólo está al servicio de la única neurona de su dueño. Los que se apiñan detrás del escenario, entre bambalinas, haciendo gestitos, mostrando sus nervios antes de salir, dibujando en la pantalla la panoplia de cucamonas que se espera de quien ha de enfrentarse en unos segundos al hierático y mala uva Risto Mejide, además de soportar los cansinos comentarios de Santi Millán en Got talent, nada tienen que ver con la recua de arriba. Es más, puede pasar que, oh, sorpresa, llegue a esa feria de ganado de diverso pelaje -copleros pelmazos, niñas repipis, dúos para salir cortando, magos del montón, uno que pasaba por allí, otro que ha pasado por mil sitios- un chico negro llamado César Brandon, lea unas poesías ripiadas con rudeza, declame cosas que llaman la atención por su actualidad -emigración, machismo, refugiados, primer y tercer mundo- y ponga a llorar a Edurne, haga que se le salten las lágrimas a Eva Hache, enmudezca a Jorge Javier Vázquez, y aquiete a Risto, que parece que lo lleva a las puertas de una editorial que le publica su primer libro de poemas, Las almas de Brandon. Perfecto. Está claro que Brandon tiene un coco sensible y Got talent le ha cambiado la vida, dice.

Sálvame y Hawking

Así es, suelta como perpleja, como muy emocionada de su seta, como muy pillada por el verso que no cesa, como en éxtasis teresiano, la sin par Toñi Moreno, que en su puta vida ha llevado a un poeta a su barra de cabaret, pero César ha salido en Got talent, y «ha vendido toda la edición en menos de 24 horas» y jolín, esto es Viva la vida. Pero no contenta con el ardor poético, irrefrenable que invade la tarde telecinquera, que como todos sabemos apuesta por la cultura como una leona cuida de sus cachorros, aún hay un esputo más que aguantar, una hilaridad más fuerte, un cachondeo más sangrante, un dato que ahonda en el mismo concepto, la poesía escala puestos en Telecinco cuando una tal Makoke, cuyo currículo consiste en ser pareja de Kiko Matamoros, que tampoco está mal, va, tose, se atusa el pelo, se retoca el morro, pide paso y suelta la pregunta que todos esperaban, «¿cuándo empiezas a escribir, cuándo se te destapa la vena poética?». Buah. Muero de emoción. Me vuelvo loco ante programa tan sensible. Cuando en un plano abierto el realizador descubre que además de la mentada está preparado para otra pregunta guay el señor Toño Sanchís, exrepresentante de Belén Esteban, repescado en este mundo de talentos sin fronteras que es todo este emporio, entro en trance. Y sólo cabe cantar arrodillándose por la genialidad al reconocer que esta gente tiene mérito, como aquel día que murió el divulgador científico Stephen Hawking y el mundo de la física, la astronomía y la ciencia en general que se acumula en Sálvame como la energía en un agujero negro, se puso en pie -Mila Jiménez, Kiko Hernández, Lidia Lozano, la Esteban€-, se compungió ante las cámaras, a cuyo frente pusieron a la eminente y enlutada Paz Padilla, y rotularon con provocador desparpajo digno de marco, «Sálvame despide al gran científico». Qué grandes.

Todos a casa

La verdad es que hay tanto talento en Telecinco que apenas sé distinguirlos. Me lío. No sé si lo que veo es Got talent, La voz, de niños o adultos, o Factor X, y me confundo si veo a Jesús Vázquez porque no acierto si presenta una cosa u otra, no sé si Jorge Javier está sonsacando alguna maldad a los de la isla, pretende ligarse a Julián Contreras -no, nunca he tenido relaciones con hombres, dice el hijo de Carmina Ordóñez, sí, dice la verdad, asegura Conchita la del polígrafo-, o como jurado toca el botón para que se gire el sillón ante el asombro de la voz oída a ciegas y pueda formar su propio equipo o eso lo hace Rosarillo Flower, a la que siempre escucho soltando frases banales -ay mi niño, de dónde has salido, qué bonito cantas-. Me lío con los programas de talento y habilidad de esa empresa, que la semana pasada montó refritos con ellos hasta alcanzar un éxtasis sólo comparable a la sobredosis de procesiones y publirreportajes gratuitos de la industria religiosa católica que rozó la ilegalidad y el perverso sadismo en las teles públicas. Hasta 0# ha sucumbido. Y por eso ha abierto unas naves con pistas de linóleo y focos de colorines bajo los que se afanan los alumnos de la academia de Fama, a bailar. La recuperada Paula Vázquez presenta el programa de talentos de la danza -capoeira, contemporánea, urbana, acrobacias-, y sí, hay cuerpos que se retuercen, brincan, y se mecen por la música, que le alegran a uno la noche. Pero poco más. A quien sí reconozco sin dudar es al jurado de Maestros de la costura, los de La 1. Es tal su cabreo -ay ese Palomo Spain y su tronchante pinta de cateto con ambiciones- que Lorenzo Caprile dijo esta semana a los talentosos costureros, «por mí, os ibais todos a casa». Pues hala, a casita los cantantes, acróbatas, niños, los del dedal, y los jurados.

La guinda

Pelea de reinas

Lo de TVE está llegando a un grado de patetismo en su afán controlador, censor, de manipulación informativa, y de claudicación ante el gobernante en vez de servir al gobernado que alcanza niveles de ridícula hilaridad. Cuando todos los programas de todas las cadenas emitían en bucle la pelea de reinas en la versión patria de Juego de tonos, ella, la pública, obvió las imágenes en un intento infantil de eliminarlas.