A estas alturas de la película ya no se sabe si Cristina Cifuentes tiene un máster o tiene un hámster, pero demos por cierto que la aún presidenta de la Comunidad de Madrid es cobaya del laboratorio del pulso que el PP mantiene con Ciudadanos por la hegemonía del centro-derecha. Mientras los populares no levantan cabeza de su convalecencia, atacados por el virus de la corrupción, la cuadrilla naranja muestra músculo y vitamina C, que es buena para las defensas y también para desplegarse con energía al ataque. Rivera amenaza con apoyar la moción de censura del PSOE contra Cifuentes, iniciativa que cuenta con el aplauso podemista, a menos que Rajoy decapite políticamente a la presidenta madrileña, que ya debería estar recogiendo los enseres para la mudanza de la Puerta del Sol. Las horas están contadas y la amenaza de Ciudadanos parece inamovible. En el tablero de Madrid se disputa la misma jugada que hace unos meses en Murcia con el ´caso Auditorio´; salvando la distancia de los hechos imputados, que no es lo mismo que te regalen un título por la cara bonita que te acusen de los presuntos delitos de prevaricación continuada, fraude, falsedad en documento oficial y malversación de caudales públicos. Después de que el expresidente murciano Pedro Antonio Sánchez fuera imputado, Ciudadanos exigió su dimisión inmediata. Hubo un tira y afloja que duró siete meses, pero finalmente Génova ofreció a Rivera la cabeza bautista, cambió de presidente y las aguas murcianas volvieron a su cauce. Rajoy tiene que decidir ahora qué es más importante para el PP: mantener Madrid o apuntalar a Cifuentes; ceder a la presión de Ciudadanos, el enemigo amistoso, o enrocarse y aguardar a que escampe.