Varios ministros del PP aparecieron el otro día cantando "El novio de la muerte" con los legionarios que procesionaban en la Semana Santa de Málaga, y la senadora de ERC Mirella Cortés se lo acaba de echar en cara al ministro de Cultura, Íñigo Méndez de Vigo, que estaba entre los cantantes.

Pero el ministro no entendió muy bien la crítica. No entendió que realmente estaban mezclando cabras con merinas, su catolicismo con la asepsia confesional obligada al representante de un estado laico. Lo que él creyó escuchar -el muy astuto- es que esa gente de la izquierda le estaba cuestionando su libertad para cantar lo que tuviera a bien. Porque él es muy de cantar a todas horas. Porque (y ahora se enciende un foco y se escucha un rataplán) nadie en el mundo sabía quién era aquel mandatario, tan audaz y temerario que del ministerio salió. Nadie sabía su historia, más en el Senado decían que una interpelación le mordía como un lobo el corazón. Más si alguno quién era le preguntaba,con dolor y rudeza le contestaba: "Soy un ministro a quien una "indepe" hirió con zarpa de fiera, soy un cantor de la muerte que responde con trazo fuerte a tan desleal compañera". Cuando más rudo era el fuego y la pelea más fiera, defendiendo su partido, el mandatario avanzó. Y sin temer al empuje de la enemiga exaltada, supo decir como un bravo y a su bancada arropó. Y al regar con su canto el escaño ardiente, murmuró el mandatario con voz doliente: "Soy un hombre a quien Rajoy tocó con su pachorra gallega, soy un cantor de la muerte que replica con trazo fuerte a tan desleal compañera". Cuando al fin le recogieron, en el Senado encontraron una carta y el retrato de aquella ladina mujer. Y aquella carta decía: "...si algún día Rajoy te llama, para mí un puesto reclama que a buscarte pronto iré". Y en la última réplica que le enviaba, su postrer despedida le consagraba: "Por ir a tu lado a verte, mi desleal compañera, me hice cantor de la muerte, la estreché con lazo fuerte y su amor fue mi bandera".