Se ha extraviado la primavera. La ando buscando desde hace muchos días, desde la fecha en que anunciaron su llegada, pero no aparece por ningún lado. La busco en la luz, en la calidez de la mañana, en las primeras flores del jazmín, esas que vienen con una herida de un delicado color violeta entre los pétalos, pero no la encuentro, no hay manera. Todo lo que hallo sigue teniendo el sabor mentolado del invierno, esa aspereza de lo crudo que tiene la intemperie.

Se nos ha extraviado la primavera y es algo terrible, una de esas crueldades que, quizás devolviéndonos el golpe, a veces tiene la naturaleza con los peores de sus hijos, que sin embargo seguimos sin querer darnos cuenta de lo que tal vez no tenga ya remedio. Así, seguramente por nuestra grandísima culpa, el invierno se demora, se alarga cuajando flores de hielo en toda España, como si no fuese a marcharse nunca y estuviese decorando la casa para siempre.

Sin embargo, creo que ya nos vamos mereciendo un indulto en forma de primavera, un poco de calor por alguna parte. Si yo pudiera decidir, si estuviera en mi mano ordenar un poco todo este caos que es la vida, haría que los inviernos nunca tuviesen una vida larga, que no les quedase más remedio que desistir ante la primavera, verse obligados a templar su autoritarismo de congelador, su frialdad de cuartel, y cedernos, de vez en cuando, una mañana azul condescendiente, abrumada de claridad y de pájaros.

A estas alturas de mi vida, con más de cincuenta inviernos a las espaldas, algunos de ellos consecutivos, sé que no es bueno que acumulen poder, que tengan la oportunidad de deshacer lo que las hormigas construimos durante el verano, que cada vez es más corto y menos audaz.

Así que ya va siendo hora de que llegue la primavera, de renovar la valentía, de creer en nuestras fuerzas, de esperar lo merecido, de recuperar lo que perdimos y lo que nos quitaron. La primavera es siempre un tiempo nuevo, una ocasión para empezar otra vez, para enmendar las cosas, una oportunidad de redención.

De modo que me he sentado junto a la ventana para esperar a la primavera. Se sabe que llega porque tiene una luz descalza, premura de pájaro y un algo inquieto que la hace para siempre niña. Y no quiero moverme de aquí hasta que llegue, no quiero alejarme mucho de la ventana para que la primera flor de la buganvilla me encuentre desvelado, atento, como un padre primerizo, para comprobar otra vez que es púrpura la vida y que aún está en mí, una primavera más, como un regalo, como un milagro.