Los «filetes rusos» (hechos de carne picada) eran comida habitual en la mili, pero allí se llamaban filetes imperiales, y la ensaladilla rusa ensalada nacional. Algo más atrás, en las pocas playas con vigilancia las banderas no eran blanca, amarilla y roja, sino española, amarilla y azul, evitando así cualquier coincidencia con la de la URSS y los partidos marxistas. Hoy parecen sólo anécdotas. El franquismo jugaba con las palabras, cambiaba colores, engañaba lo que fuera necesario, llamaba «la antiespaña» a los que no estaban con él, controlaba a fondo los medios, difamaba a intelectuales y artistas no adictos, mantenía miles de «paniaguados», perseguía al disidente, su policía no mataba, «abatía», y había en él una siniestra brutalidad de fondo compatible, desde los años 60, con una piel apacible y festiva. No puedo evitar que la Catalunya nacionalista más cruda me lo recuerde.