¿De qué sirve un foro como Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad si los países hacen luego lo que quieren? Unos, con sus vetos; otros, porque saben que no hay nadie capaz de ponerles coto sin arriesgarse a una guerra mundial.

Hemos visto la legalidad internacional reiteradamente pisoteada por unos y por otros: en la antigua Yugoslavia, en el Oriente Medio y norte de África, en Ucrania, y tantos otros lugares del planeta.

Rusia e Irán apoyan a un dictador sanguinario en Siria, pero Estados Unidos no tiene tampoco mayores escrúpulos en armar a regímenes tan repugnantes como el egipcio o el saudí o en condonar lo que hace ilegalmente Israel en los territorios ocupados.

Y al mismo tiempo, la Casa Blanca de Donald Trump, auténtico nido de halcones en este momento, pone en entredicho el acuerdo nuclear que firmaron ese y otros países con Irán, con lo que amenaza un nuevo conflicto en esa región.

China no sólo se siente, sino que es cada vez más fuerte tanto económica como militarmente, y se lo hace saber al mundo. Lo cual inquieta sobre todo a Estados Unidos, acostumbrados a patrullar los mares y océanos sin que nadie le haga sombra.

La OTAN, cada vez más abultada con los países del disuelto Pacto de Varsovia, exige a todos sus socios que gasten más en defensa para hacer frente a la Rusia de Putin, que no quiere ya resignarse al papel de ´potencia regional´ al que trató de relegarla EEUU.

Y lo mismo en Rusia que en Estados Unidos, en Turquía y por desgracia también en cada vez más países de la vieja Europa, el nacionalismo, el ´mi país primero´, está al orden del día.

La UE se muestra al mismo tiempo cada vez más dividida internamente, y no ya por la salida del Reino Unido, que parece sentir más nostalgia de sus viejas colonias que simpatía hacia sus socios del continente.

Crecen en ése de modo alarmante el euroescepticismo y la xenofobia, que dan siempre réditos electorales como hemos visto no sólo en Polonia, Hungría o la República Checa, sino también en Alemania o Italia.

Y nadie parece acordarse ya de aquellas palabras del presidente francés François Mitterrand de que «el nacionalismo es la guerra». ¿Es que nunca aprenderemos nada?