No son genéticas ni consecuencia ineludible de la función sedente de su puesto de trabajo. Las han trabajado a fuerza de voluntad y despreocupación desde una estabilidad sobrevenida anómala y siniestra. Ellos, y sus barrigas, no están ahí por los servicios prestados a la comunidad ni a la empresa en la que, asomando de cuando en cuando la cabeza, sestean tras cada comilona y cena pagadas con las dietas de su cargo, hasta perder la otra dieta sin retorno. Están ahí, atrincherados, no por los servicios prestados, ni siquiera, al partido o facción del partido que ahí les puso para que luego la cobardía de los otros y la inercia de las cosas les mantengan inamovibles hasta una dorada jubilación.

Esas barrigas al viento crecen en cualquier sociedad y en cualquier territorio, pero en Andalucía tienen un aliado que las fomenta en las entidades y empresas más o menos inventadas o más o menos útiles o inútiles del todo que el partidismo desde lo público institucionaliza. Ese aliado es la falta de alternancia. Cuando en una democracia gobierna el mismo partido político durante casi cuatro décadas ya -como legítimamente ocurre en Andalucía porque así lo han dictado las urnas-, hasta el propio partido se despreocupa y se olvida, a pesar de la evidencia, de que estos dinosaurios que un día les fueron útiles, como ocurría en aquel Parque Jurásico de Spielberg, no prestan más servicio que a sí mismos. Dinosaurios que, al contrario que en la evolución natural, no han terminado con el tiempo siendo aves, transmutando las garras que tanto utilizaron en alas. Romas ya sus uñas, redondeados sus incisivos y aplastados sus caninos de tanto buen yantar a costa del erario público, guardan sus garras en los bolsillos y desarrollan grandes barrigas que enseñorean al viento, mientras que aquellos a los que intentan aplastar por no plegarse a su interesado estatismo se ven obligados a viajar y buscar lejos de ellos su sustento.

Su permanencia en esos puestos de semipenumbra les permite eternizarse. Y esta sociedad ordeñada y maltrecha no sabe, excepto que de carambola tropiece con esas barrigas, de la censura, el sectarismo y el efecto tapón que practican sus dueños -curiosamente, suelen ser todos hombres- en quienes se topan con ellos arropados sólo por su ilusión, su bagaje y talento. Ni sabe tampoco esta sociedad que el lastre de su anacrónica existencia lo pagamos caro con nuestros impuestos allí donde, como garrapatas subidas en cargos de medio pelo, reciben sus acogedores sueldos.

Para colmo, manosean el trabajo de quienes sí trabajan donde ellos están y lo envilecen con las viejas consignas adquiridas, ahogándolo todo e impidiendo que nada vuele alto. Hace unos días, por ejemplo, vi un documental que trata un tema grave y muy sensible que afecta a la memoria histórica andaluza. Donde esos «comisarietes» mean marcando territorio es donde la película pierde dignidad. Le sale barriga