Un juicio no deja de ser una reviviscencia de algo, para juzgarlo. En ese sentido, el de los hechos de Alsasua está siendo de gran utilidad, al poner de manifiesto el horror de fondo del nacionalismo radical, su violencia soterrada, el cerco a los excluidos de la ´cosa nostra´, la densa red de complicidades, los silencios para borrar rastros, la búsqueda de una impunidad sistémica. El fruto del matrimonio entre violencia interna y normalidad: la doble moral, la doble vida, la doblez del gesto, todo lo que hemos visto a lo largo de décadas en esa parte de la sociedad vasco-navarra que a veces incluso condenaba la violencia física si la efusión de sangre le parecía excesiva, pero apoyaba la causa, sin caer en que la causa misma estaba envilecida por los medios usados. Lo que el juicio de Alsasua está mostrando, a duras penas, es una forma horrenda que a veces toma el alma colectiva.