La importancia de la muestra sobre dadaísmo y surrealismo, en el Palacio de Gaviria, de Madrid, no está tanto en la espectacularidad de las obras como en su densidad, la potencia didáctica, y, sobre todo, el contrapunto, ofuscado pero visible, de la retórica ornamental del Palacio, expresión del pujante universo burgués del XIX, una burbuja naciente que estallaría luego con la Primera Guerra del XX, y que dadá querría enterrar, surgiendo de ella como un fuego fatuo. Para completar la instalación, como figurantes, los espectadores del XXI que se apretujan por las estancias y pasillos, husmeando las piezas de arte, un siglo después: incapaces todavía de entender aquello, o, mejor, incapaces de nuevo, después de que el gran orden burgués se haya cerrado otra vez en sus cabezas. Con el consuelo, eso sí, de que aquella explosión revolucionaria yace en museo. El fuego fatuo ahora son ellos.