"Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora», nos revela un proverbio hindú. Los días postreros de abril tienen un nombre propio, estimable y valioso: el libro. Tras la conmemoración el pasado lunes de su festividad, reflexiono sobre su gran atractivo, atrevimiento y pujanza. En muchas ocasiones, estarán de acuerdo, la lectura de un libro ha concebido el destino de un hombre, determinando el sentido de su vida.

Los investigadores coinciden en que la lectura es una de las mejores fórmulas de comunicación con uno mismo, convirtiéndose en un destacado método para conocerse y por ende entender a los demás. Los libros nos enseñan a pensar y el pensamiento consolida hombres libres, generando cambios de personalidad en los lectores.

Quienes leen literatura tienen mayor empatía, esto es, mejor capacidad para ponerse en el lugar de otras personas, así como obtienen una percepción del mundo desde diferentes enfoques; conlleva un aumento de la autocrítica y del entendimiento de las opiniones, creencias y actitudes de nuestros semejantes. Sin embargo, hay una salvedad: todos estos beneficios se afirman a través de una lectura profunda -rica en atributos sensoriales, con pluralidades anímicas y éticas-, incompatible con la lectura diseminada y casual que nos aturde en nuestra actividad cotidiana debido a las nuevas tecnologías.

En plena celebración del 5G Forum Málaga en Tabacalera, primer encuentro nacional multidisciplinar en torno a esta quinta generación tecnológica, la cual nos transformará la existencia con su implementación en el año 2020, aún comparto el pensamiento del crítico literario Northrop Frye cuando confiesa: la máquina tecnológicamente más eficiente que el hombre ha inventado es el libro. Sigan disfrutándolos.