Hay últimamente actuaciones de los aparatos del Estado que nos hacen preguntarnos si, conquistadas como creíamos las libertades, no hemos entrado de pronto en un proceso involutivo.

¿Cómo asombrarnos de que tribunales extranjeros se hagan preguntas sobre la calidad de nuestra justicia y nuestra democracia cuando se ven cosas como las que ocurrieron en la final de la Copa del Rey?

Ver a policías obligando a los aficionados del Barça a despojarse de sus camisetas amarillas a la entrada del campo de fútbol por considerar que constituían una invitación a la violencia no deja de ser un despropósito.

Es una lógica perversa la de asociar inmediatamente ciertos símbolos a incitaciones a la violencia y atribuir intenciones delictivas a quienes los portan.

Las camisetas amarillas son, que uno sepa, una reclamación política que puede gustarnos más o menos: la puesta en libertad de unos líderes independentistas a los que llaman, sin duda abusivamente, ´presos políticos´.

Pitar el himno español, como suelen hacer los forofos más intolerantes del Barça cada vez que suena en un campo de fútbol, es algo que no nos gusta a quienes, sin creer demasiado en himnos ni en banderas, opinamos que hay que respetar todos los sentimientos, incluidos los patrióticos. Pero ¿calificar esas actuaciones de ´ultrajes´ a España?

¿Hay que detener, por otro lado, a un individuo bajo la acusación de ´odio o injurias a la Corona´ sólo porque escribió en una red social ciertas palabras que uno mismo jamás escribiría?

¿Hay que llamar ante el juez a un actor por haberse ciscado en Dios y en ciertos dogmas de la Iglesia sólo porque una asociación de abogados cristianos pide que se le multe al haber herido sus sentimientos religiosos?

¿No es eso de ´me cagüen dios´ algo que llevan diciendo los españoles desde tiempos inmemoriales? Un tipo de insultos en los que ya se fijó en su día el novelista Ernest Hemingway. ¿A qué viene de pronto tanta gazmoñería?

Conviene recordar cómo durante el franquismo se llevó ante el Tribunal de Orden Público al dramaturgo Fernando Arrabal por haber puesto en la dedicatoria de un libro estas palabras: «Me cago en Dios, en la patria y todo lo demás».

Aunque luego el autor se justificara argumentando que con la patria se refería en realidad a su gata y el juez dictase finalmente su absolución.

Todas cosas suceden aquí y alimentan tertulias y debates mientras aumenta nuestro gasto militar, se deterioran los servicios públicos, se devalúan las pensiones, crece la desigualdad y nuestros jóvenes viven en la continua incertidumbre del precariado. ¡Tiempos ciertamente preocupantes!