Marzo y abril han sido meses convulsos para la política española. Y para Rajoy, sacudido por múltiples tormentas. Y no se cumplirá el refrán de que marzo ventoso y abril lluvioso hacen a mayo florido y hermoso porque hemos acabado con un balance mixto y dudoso. Negativo porque la dimisión de Cristina Cifuentes -apuntillada no ya por el falso máster sino por un vídeo sobre el hurto en un Eroski madrileño- prueba que el PP sufre no ya una grave crisis sino algo similar a un desmoronamiento. Pero por otra parte positivo porque el pacto con el PNV, que casi con toda seguridad permitirá aprobar los presupuestos del 2018, indica la voluntad de resistencia y la capacidad de pacto del presidente, que podría agotar la legislatura y celebrar las elecciones en 2020.

La convención de Sevilla del PP, planteada para dar ánimo al partido y a sus votantes tras las serie de encuestas que vaticinaban una caída electoral y un ascenso de Cs, nació abortada por el escándalo del falso máster de la presidenta de la Comunidad de Madrid y acabó peor -en la pasmosa insensibilidad- con el aplauso de todos los congresistas a Cristina Cifuentes. Animado por Dolores de Cospedal, el partido cerraba filas así con un personaje -hasta entonces bien valorado- que se había convertido en un insulto a la confianza y respetabilidad de la universidad española. ¿Menos grave que la corrupción económica? Quizás, pero devastador para la imagen pública -ya nada impoluta- del primer partido español. En Sevilla, Rajoy volvió a demostrar pusilanimidad al afrontar las crisis y los graves escándalos de su partido.

Y ahora tras tres semanas de vía crucis, Cifuentes, más desprestigiada todavía, ha tenido que dimitir. La estrategia Cospedal de resistir (y desafiar a Cs a votar la moción de censura) se ha hundido, y la imagen del PP ha caído por los suelos. El sondeo de El País del viernes decía que en unas elecciones autonómicas en Madrid el PP perdería ahora la mitad de sus votos mientras que Cs sería el partido ganador y multiplicaría casi por tres los suyos.

Tras los incidentes que forzaron la retirada de Esperanza Aguirre, el procesamiento y prisión de Ignacio González por el caso Lezo (y la imputación de Gallardón conocida el jueves por lo mismo) y la prisión de Francisco Granados, antiguo número dos del PP madrileño, por el caso Púnica, ahora la filtración vengativa del hurto de cremas de Cristina Cifuentes es la puntilla definitiva. El PP de Madrid era una ciénaga de lucha de clanes corruptos que sólo Dios podría reconvertir en algo decente. ¿Soló el de Madrid? Tras Bárcenas, lo de Valencia y lo de Murcia no hay respuesta favorable posible. Demasiado es demasiado.

Pero Rajoy también ha vuelto a demostrar esta semana su voluntad de resistencia y una gran flexibilidad para alcanzar pactos que garantizan la estabilidad gubernamental. La semana pasada ya constaté que el PNV iba a retirar la condición de levantamiento del 155 en Cataluña para permitir el primer tránsito de los presupuestos por el Congreso. Ahora, tras el acuerdo que implica algo tan importante como volver a revalorizar las pensiones según el IPC, el pacto PP-PNV es una operación de un calado superior. El PNV no vota sólo los presupuestos sino también -mientras de él dependa- la continuidad de Rajoy. En Sabin Etxea prefieren la estabilidad a la inestabilidad, que además podría llevar a elecciones anticipadas con la posibilidad del triunfo de Cs. Y entre el PP Y Cs, el PNV no duda: Rajoy.

Rajoy se asegura así -salvo otro terremoto que ya no se puede descartar- poder gobernar hasta 2020 porque en 2019 puede prorrogar los presupuestos. El PP ha tenido que dar marcha atrás en la reforma de las pensiones del 2013 pero manda la necesidad de aminorar o pacificar los conflictos. No es sólo la exigencia del PNV, es que el PP no podía imponer la revalorización del 0,25% a una sociedad respondona que ha perdido miedo. Tenía que rectificar y cediendo ante el PNV ha dado un sopapo a Rivera. Que aprenda a no querer sacar jugo de todas las crisis del PP. La ortodoxia económica sale perjudicada pero ahora no estamos como en 2013 y, si la política lo exige€ hay margen. Al menos a corto plazo. Luego€ Dios proveerá.

Pero Rajoy y el PP se enfrentan a algo casi imposible: rehacer el partido y recuperar una imagen sólida ante el electorado. El primer paso será resolver bien el vacío de poder en el PP de Madrid.