En el bello (pese a todo) pugilato entre el Estado español y el independentismo, éste cuenta con ciertas ventajas, como su historicismo. Catalunya jamás ha realizado de veras su independencia, y por eso degusta con nostalgia todos los intentos fallidos, gozando de su épica como un eterno presente. No pocas de sus demandas, símbolos y hechos (así, la vieja -de casi 4 siglos- aspiración a «la república») no se pueden entender sin esa voluntad evocadora. En España, en cambio, un largo Imperio y su interminable decadencia, con sus gestas, retórica y secuencias repetidas mil veces (en el franquismo hasta el tedio), provocan más cansancio que entusiasmo. En realidad la historia de España es formidable, y está repleta de episodios tremendos (junto a otros penosos), pero es película ya muy vista y pasada. La de Catalunya tiene la viveza de lo aún no estrenado, el temblor de las vísperas.