Oyendo días pasados en la Cope al presidente de la Conferencia Episcopal Española sobre el problema cada vez mayor de la falta de vocaciones, hice unas reflexiones que trataré de exponer en este artículo, sin ánimo de polemizar y con toda humildad, pidiendo de antemano perdón a aquel que pudiera verse ofendido; nada más lejos de mi intención. Durante cuarenta años he sido profesor de jóvenes entre los 15 y 18 años y creo haber aprendido mucho de ellos.

Yo siempre he sido creyente, a mi manera, pero es desde que me jubilé hace cinco años, cuando me he sentido atraído por la persona incomparable de Jesús de Nazaret. He leído bastantes libros de Teología e Historia de la Iglesia y, sobre todo, el Evangelio. Entre los autores leídos puedo citar a José Antonio Pagoda, José M.ª Castillo, González Faus, Antonio Piñero, el Papa Francisco (Amoris laetitia y Evangelii Gaudium), Joachim Jeremias, Hans Küng, Gerd Theissen, Enzo Bianchi, Edward Schillebeeckx, Leon Dufour, John Shelby Spong, John Dominic Crossan y un largo etcétera.

Por otro lado, desde que Jesús puso en mi camino al P. José Sánchez Luque y tuve una larga conversación con él, mi vida dio un giro radical, hasta el punto de no poder pasar un día sin comulgar y meditar profundamente.

Para mí son cruciales las palabras de Jesús a través del evangelista Juan, cuando dice: «Yo soy el Pan de vida, quien come de este Pan vivirá para siempre». Tengo la enorme alegría de tener la experiencia de Dios que deseo comunicar a todo el que me rodea. He rezado mucho por alguna familia que estaba desunida y ya es ejemplo de unión y armonía. También he logrado alguna curación tras mucho pedir y me he dado cuenta de la verdad de esas palabras de Jesús cuando dice: «Pedid y se os dará, llamad y se os abrirá, buscad y hallaréis».

Todo esto viene al caso de ver con tristeza cómo hay sectores de la Iglesia que se aferran a la jerarquía (cuando Jesús fundó una comunidad de hermanos, de discípulos, todos iguales entre sí), una Iglesia, a veces, rígida con normas y dogmas que, creo humildemente, están desfasados, una Iglesia que, al menos en parte, sigue discriminando a la mujer del sacerdocio y diaconado, cuando entre los primeros cristianos tenía mayor relevancia (véase, si no, el maravilloso ejemplo de María Magdalena a quien el Papa ha llamado la «apóstol de los Apóstoles», la primera en ser testigo de la Resurrección de Cristo), una Iglesia que mantiene la ley del celibato (cuando ésta no se da hasta la Edad Media), una Iglesia que durante años ha hecho especial hincapié en el pecado de la carne, que ha marginado a homosexuales y transexuales. En suma, creo que ha olvidado que la esencia del Cristianismo es el Amor, la entrega a los últimos de la tierra. Me vienen ahora a la memoria las palabras de Kiril I, en la película ‘Las sandalias del pescador’, enajenando incluso los bienes de la Iglesia, en favor de los más pobres.

Creo con toda humildad que mientras la Iglesia no se ponga totalmente (y en gran parte ya lo hace) al lado de los pobres, enfermos, marginados y pecadores, no sólo no avanzará sino que retrocederá.

¿Cómo vamos a conseguir más vocaciones de chicos y chicas de esta forma? Me consta que el buen Papa Francisco está dando pasos muy positivos en esa Iglesia evangélica que predicó Jesús de Nazaret, pero a nadie se le escapa la resistencia que tiene por parte de los sectores más retrógrados y conservadores de esa Iglesia. Ésta, no lo olvidemos, debe adaptarse a los signos y circunstancias de los tiempos. Termino pidiendo que Dios bendiga a este gran Papa y vivamos la fe como los primeros seguidores de Jesús.