Aunque la conocemos por sus palabras, el mayor don de Sara radica en su mirada. Esto es así porque sus ojos son capaces de ver lo que los demás no ven, de alcanzar lo que otros no alcanzamos, de comprender y dar forma escrita al sacramento o a la realidad espiritual que se esconde detrás de todas las cosas. La mirada serena y humilde de Sara Pujol Russell, al igual que la de María Zambrano, si me permiten la comparativa, abarca todo un conocimiento interior de lo trascendente que acaba floreciendo como palabra oportuna y lúcida en las verdades de su poesía. Hace ya un par de años que tuve oportunidad de conocer en Málaga a esta gran poeta y profesora titular de Literatura Española de la Universidad Rovira i Virgili. Hablamos durante un buen rato mientras paseábamos por el centro. Y si algo me quedó de aquel encuentro fue precisamente que a la altura de sus palabras también se alzaban sus silencios, su contemplación y su capacidad de escucha. Un don, sin duda poco común, que la hace única para entender e interpretar una personalísima visión de lo cotidiano, de los espacios interiores, del mundo y de la universalidad que sobrepasa con creces las líneas de cualquier temática, movimiento o simple tendencia. Y esto es así, entre otras cosas, porque Sara no escribe ni se adscribe en ninguna escudería lírica. Su poesía abarca lo espiritual, la propia hondura del ser. Sus versos y su pensamiento cabalgan ajenos a la inercia poética de nuestros días, superando esa moda o tendencia por la temática social que impera a nivel nacional. Sara nos coge de la mano para mostrarnos las problemáticas del mundo como realidad global y personal que nos trasciende. Así, podríamos decir que los ojos de Sara, y a través de ellos su palabra, reitero, han conseguido fundir la cuna común de oriente y occidente para crear y catapultar una poesía espiritual cuyo contenido ha sido capaz de florecer en Italia y en Estados Unidos mucho antes que en España. Sin ir más lejos, hispanistas de la talla de Biruté Ciplijauskaité posaron los ojos en la obra de Sara y favorecieron su difusión a lo largo y ancho del mundo, mucho más allá de las encorsetadas fronteras y movimientos que, en las estrecheces de su pequeño reducto, no hacen más que aislar la producción poética española. Pero Sara no entiende de fronteras ni de casilleros. Sara no escribe para nadie, sino que escribe «escribiéndose». Y de ahí parte esa naturalidad arrolladora que, al menos por unos instantes, cuando uno lee sus versos, nos permite fugazmente admirar el mundo con sus pupilas y atisbar el horizonte que su mirada alcanza. Sara no es una poeta de carrera. Sara no utiliza ni instrumentaliza la poesía como medio para alcanzar un estatus, una posición, un premio o un cargo. Sara sobrevuela con silencio y elegancia por encima de ese arribismo que desgraciadamente prolifera como moda en todos los espacios y foros nacionales. Sara se adentra con una voz auténtica y a través de la valentía de sus versos en un camino solitario, sin pose alguna, sin superficialidad. Un camino donde la palabra pesa y crea vínculo con la realidad que la convoca para dejarse envolver por un saber que nada tiene que ver con lo que entendemos por erudición, sino más bien con el saber que fluye del corazón. Es por todo ello, por lo que Sara Pujol simboliza y significa, que Málaga se honra en acoger la presentación de su obra La luz que me sostiene, publicada en Puerta del Mar, y que tendrá lugar el próximo día 2 de mayo en la Plaza de la Merced a las 20.00 horas. Una obra que, a efectos de mayor vínculo con nuestra ciudad, como les dije al principio, bebe de la filosofía, las reflexiones y la humildad de la propia María Zambrano. La poesía de Sara Pujol Russell se configura como una verdad necesaria que nos salva. Y ello porque no todo se agota en lo inmediato, porque no hay que renunciar a creer en algo que perdure más allá de nuestros instantes, que permanezca para siempre y que nos sostenga. Como una luz en medio de la noche.