Subiendo a una collada por una empinada senda que zigzaguea, me cruzo con una mujer que baja, con un GPS en la mano. Dice estar preparando una excursión con niños y me pregunta, sin dejar de mirar la pantallita, cual de las «rutas» es la adecuada, si la senda en zigzag u otra muy pendiente, como de animales, que ataja entre la que serpentea. Me quedo atónito. Luego quiere saber por dónde prosigue monte arriba, y le digo que tras cruzar una pista ancha que ladea la montaña, y por la que ya habrá pasado, continúa la senda. Pero ella no ha visto pista alguna. Le doy algunas explicaciones, sobre signos físicos, hasta que caigo en que no entiende nada que no esté en el GPS. Aunque se trata sin duda de un caso precoz, en una o dos décadas de GPS y sus derivados nadie sabrá moverse por el territorio fuera de pantalla, por efecto de la atrofia de funciones perceptivas y mentales no utilizadas.