Que todo el mundo quiere a su madre es una tremenda obviedad. No es necesario vocearlo a los cuatro vientos o, en su equivalente del siglo XXI, tuitear el Día de la Madre hasta la saciedad por un puñado de favs. Yo quiero a mi madre, y mucho aunque se lo diga poco o nada, pero no esperen que mañana me ponga a tuitear con la etiqueta que sea tendencia a lo largo del día que mi madre es la mejor, que qué afortunados somos yo y mis hermanos y que las madres de los otros no le llegan ni al juanete. El jueves experimenté una sensación parecida. 3 de mayo, el Día Internacional de la Libertad de Prensa un día marcado en rojo para el bienquedismo en general y el tuitero en particular. Los mensajes fueron para verlos. Bicheé un poco en las redes, porque como se podrán imaginar ni llamé a mis antiguos compañeros de facultad para preguntarles cómo estaban echando el día ni interrumpimos la jornada en el periódico para charlar sobre cómo andamos de libertades.Un día como el jueves muchos compañeros del metal se apresuraron a alzar su pluma (es el iconito que acompañaba a la etiqueta #LibertaddePrensa) para decir bien alto, aquí estoy yo, soy periodista. No suelo tirar de etiquetas en Twitter y eso que ayer viernes fue un día para haber inundado un par de lanzaderas imperiales con comentarios galácticos (ayer fue 4 de mayo, entiéndanlo o no lo entiendan, pero no intenten entenderlo), y aunque lo fuera, no tuve tiempo con tanto trabajo que tuve para ponerme a comentar con ingenio que me parecía a mí el 3 de mayo. Podría haberme puesto sentimental, y haber compartido caracteres y caracteres sobre el antiguo y verdadero periodismo, el que ya poquitos compañeros practican, el que no tenía prisa por publicar lo que sea, como sea, pero rápido. Podría haber compartido alguna foto con un filtro chulo, sepia seguramente, de alguno de los periódicos históricos que tengo por ahí guardados. O mejor, una cita de Marshall McLuhan, como si tuviera 3 o 4 manuales suyos en la estantería, a los que acudo como consulta a cada rato. Pero no. Desde que me interesé por la profesión entendí que no era importante quién cuente las cosas, más que la cosa en sí. El protagonismo que asumen, y con gusto, muchos compañeros de profesión, no va conmigo, tal vez por tantos años editando y no firmando. Cualquiera sabe. El caso es que el 3 de mayo sólo me ha servido para tener de lo que escribir hoy y para quedar de categoría con mi madre, que no es poco.