La noticia pasó un tanto desapercibida, en nuestros medios: tras dos años de puesta en práctica, el gobierno finlandés (conservador) anunciaba el fin de su programa piloto de implantación de una renta básica universal, cuya evaluación no se hará pública hasta 2019. Sin embargo, el debate ya está instalado (hay experimentos en la materia en zonas tan dispares como Kenia, Canadá, California o la India): ¿es posible -y deseable- la creación de una renta básica para todos los ciudadanos, independientemente de sus ingresos?

Los defensores de la RBU (Renta Básica Universal) arguyen dos factores, principalmente: por supervivencia (derecho a tener unos mínimos de subsistencia, que se harán cada vez más necesarios ante los avances de la robotización y la Inteligencia Artificial en el mercado laboral) y eficiencia (en lugar de tener prestaciones de todo tipo, con los costes burocráticos que implica, la RBU lo reduciría todo a una única ayuda).

Curiosamente, además, la RBU tiene apoyos en la izquierda (en España la ha defendido Podemos, por ejemplo) y en la derecha (como algunos millonarios libertarios estadounidenses, concentrados en Silicon Valley).

Sin embargo, los detractores ven problemas. Al ya clásico de que una ayuda de este tipo podría desincentivar la búsqueda de empleo, se apunta también a su cuantía: el ministerio de Hacienda ha filtrado un informe sobre una hipotética RBU en España, y se llega a la conclusión de que apenas se podría abonar un máximo de 300 euros mensuales (lo que beneficiaría a quiénes ahora no perciben ayuda de ningún tipo, por no tener derecho a ella, pero perjudicaría a quiénes sí la reciben -como los parados de larga duración). Habrá tiempo para reincidir en la cuestión, porque el

debate sobre la RBU ha venido para

quedarse.