Prestamos poca atención a lo que ocurre en China, y me temo que eso es un error que tendrá sus consecuencias. De momento, ya hay doce equipos de fútbol europeos, todos de primer nivel, que están controlados por inversores chinos (entre ellos el Milan, el Manchester City y el Atlético de Madrid). Otros muchos equipos de nivel medio también pertenecen a empresarios o a fondos de inversión chinos. Y el mismo Andrés Iniesta acaba de ser fichado por un equipo chino que le ha hecho una oferta imbatible. Dado el desmesurado interés de los chinos por las apuestas de todo tipo, uno se pregunta qué consecuencias podría tener todo esto en el resultado de los partidos, pero tal vez no sea el mejor momento de hacerse preguntas en voz alta. Lo importante es fijarse en lo que ocurre en China, porque de algún modo lo que ocurra allí no tardará en suceder también aquí, entre nosotros.

Y las perspectivas, desde luego, no parecen muy prometedoras. Fijémonos en esa nueva política del ´crédito social´ que las autoridades chinas vienen implantando desde el año 2014 y que a partir del 2020 será obligatoria para todos los ciudadanos. De esa nueva política -o más bien ese nuevo diseño de planificación social- se ha hablado poco, pero convendría que le prestáramos atención. La idea original, como tantas otras cosas en China, es un principio que parece de Confucio y que quizá sea de Confucio: «Ser digno de confianza es un honor y traicionar la confianza es una deshonra». Ante todo, lo que llama la atención es que ese lenguaje que habla de honor y de deshonra prácticamente ya no existe entre nosotros. Nadie, a no ser que se trate de deportistas o de participantes en shows televisivos, habla ya de honor ni de deshonra. Nuestros conceptos morales, si es que los tenemos, se han quedado reducidos a cosas como la superación o el empoderamiento o la solidaridad o la transparencia, conceptos que en el fondo dicen muy poco y apenas implican una actitud y un juicio moral. Pero los dirigentes chinos -que tienen la gran ventaja de no verse obligados a celebrar elecciones- recurren a esos conceptos que forman parte de su herencia cultural (China, de algún modo, es una creación de Confucio, una especie de filósofo y político y guía moral, todo en uno). El problema es que este principio maravilloso puede desembocar en unas consecuencias terribles.

Y en este caso ocurre así. Porque el gobierno chino ya ha establecido una especie de carnet por puntos para valorar el ´crédito social´ de cada ciudadano. Y con arreglo a esa puntuación, los ciudadanos podrán ser divididos en ´fiables´ o ´poco fiables´, o dicho de otro modo, en ´honorables´ o en ´deshonrosos´. Nadie sabe qué método de valoración se utiliza, porque eso es un secreto de Estado, pero lo que se sabe es que un algoritmo rastrea a través de internet o de los datos administrativos la conducta de todos los ciudadanos chinos. Y ese algoritmo va detectando una serie de infracciones: difundir noticias falsas -como una falsa amenaza terrorista-, o viajar sin billete en el metro o en el tren, o vagabundear en actitud sospechosa, o pasar demasiado tiempo jugando a los videojuegos, o apostar en exceso, o fumar en una zona de no fumadores, o gastar el dinero en actividades que se consideren ´frívolas´. Por supuesto, son las autoridades quienes establecen qué son y qué no son infracciones. Y en caso de infracción, el ciudadano recibe una rebaja en su puntuación de ´crédito social´ que puede acabar convirtiéndolo en una persona ´no fiable´. Y si es así, esa persona podrá sufrir restricciones a la hora de viajar, o ver impedido su acceso a determinados trabajos o centros educativos. También se le limitará el uso de la tarjeta de crédito. Los datos sobre esa persona, además, serán públicos y podrán ser conocidos por todo el mundo.

Ahora mismo hay ya nueve millones de chinos que pertenecen a esta categoría de ´personas no fiables´. De momento, las restricciones -o los castigos, si preferimos llamarlos de otro modo- a las que están sujetos esos ciudadanos ´deshonrosos´ se quedan ahí, pero es muy probable que se vayan ampliando en un futuro más o menos próximo. Si algún día se implanta la democracia en China y hay elecciones, es muy posible que esas personas sean privadas de voto. O sea que, de un modo u otro, esas personas están condenadas a la muerte civil.

En cambio, las ´personas dignas de confianza´ gozan de determinados privilegios que están vedados a las demás: pueden obtener descuentos bancarios y mayores intereses en sus cuentas corrientes, así como una mejor calificación en las apps de búsqueda de parejas o de citas tipo Tinder. También es previsible que esos privilegios se vayan ampliando en el futuro. Y en cierta forma, es muy posible que los derechos laborales y políticos -si algún día existen en China- sean únicamente aplicables a esas personas ´dignas de confianza´. Las demás tendrán que conformarse con obedecer. Y callar. Y sufrir.