Una fuente de la dirección del Partido Popular ha declarado al diario El País que, en la discusión con los partidos susceptibles de apoyar la ley de los Presupuestos Generales del Estado de este año, el Gobierno y el grupo parlamentario que lo sostiene saben que están ante una balanza en la que hay que elegir entre lo malo y lo peor.

El contexto de esa afirmación casi aristotélica es el de la necesidad de satisfacer las exigencias nacionalistas, de los vascos en particular, pero también de los navarros y los canarios, y de hacerlo sin enfadar en demasía a Ciudadanos cuyos votos son, con mucho, los de mayor peso. Anda en juego nada menos que el deseo del presidente Rajoy de terminar la legislatura, con su plazo de caducidad en 2020. Sin aprobar los presupuestos actuales, se antoja imposible.

El diario no ha revelado el nombre de sus fuentes pero qué duda cabe de que debe tratarse de alguien muy próximo a Mariano Rajoy. Pues bien, siendo así, ¿qué es lo malo y lo peor visible en los platos de la balanza? Tratándose de la ley más importante de todas las que regulan la convivencia, desde las pensiones a los impuestos, cabría pensar que lo malo sería complacer a los nacionalistas y lo peor no poder aprobar unos parámetros económicos que nos beneficiasen a los ciudadanos. Pero eso supondría hacer un análisis tirando a teórico, de los que establecen el balance dejando de lado cualquier circunstancia que no esté entre las de carácter macroeconómico. Hay otra interpretación posible; la que tiene en cuenta el riesgo de las elecciones anticipadas. Todas las encuestas publicadas acerca de la intención de voto en una hipotética cita inmediata con las urnas apuntan al desplome del Partido Popular y al triunfo, relativo al menos, de Ciudadanos. No aprobar la ley de los presupuestos llevaría a ese escenario.

Lo que se plantea desde el Gobierno es, pues, apurar la legislatura en la confianza de que las cosas mejoren para los populares. Habida cuenta de lo poco que dura la memoria ciudadana y lo deprisa que se mueven las bambalinas de los problemas políticos imperantes nadie sabe cómo podrá estar la situación electoral dentro de dos años. Pero parece razonable pensar que no será peor que la de ahora mismo para el presidente Rajoy. De convocarse elecciones, sería dudoso incluso si supondría él el mejor candidato para su partido. Siendo así, el balance resulta mucho menor enfático y mucho más simple.

Para quien manda hoy, lo peor, con mucho, es ponerse en la tesitura de tener que ir a las urnas con dudas acerca de su papel como candidato indiscutible, añadiendo el riesgo de quedar por debajo de Ciudadanos. ¿Y lo malo? Satisfacer a los nacionalistas, cosa, por otra parte, que ha sido la estrategia típica de cualquier gobierno en minoría. Volverá a producirse aunque en realidad sea de lejos la peor opción posible de todas. La que nos ha llevado a los problemas tremendos en que estamos metidos hoy.