Lo particular y lo singular se hermanan, aunque, no siempre. Particular y singular en sus acepciones de conceptos contrapuestos a lo universal y lo general, son sinónimos. Así, afirmar, por ejemplo, que don Ricardo González, el magistrado tristemente popular por su desafortunado voto particular en el caso de La Manada, es un juez particularmente singular, se me antoja tan ajustado a la realidad como reconocer que la incontinencia verbal de nuestro ministro de Justicia, don Rafael Catalá, en sus apreciaciones sobre el magistrado González, da fe de que don Rafael es un ministro singularmente particular, como poco.

El destino, impredecible e inevitable a veces, concitó al magistrado y al ministro, y ambos acudieron puntuales a la cita con el trasfondo de una manada de animales depravadamente corrompidos, que, confundidos, pobres brutos, abordaron Pamplona con la fijación de que la esencia de la experiencia emocional de los sanfermines radicaba en correr detrás las damas, en lugar de delante los toros, y que la naturaleza substancial de la fiesta pamplonica residía más en la particularidad de las ´corridas´ que en la singularidad de las ´carreras´.

Diríase que el destino, esta vez inexorable, ha sido llamado a hermanar el alter ego profesional del magistrado González con el del ministro Catalá. Uno por ser singularmente particular y el otro por ser particularmente singular, que, en este caso, no verifica lo de tanto monta, monta tanto. Lo aclaro, sufrido lector:

Si este que le escribe hubiera de asumir, por obligación -Dios me libre-, alguna de las pifias de estos dos personajes del caso de La Manada, aun no siendo santo de mi devoción, mil veces mil asumiría la incorrección política de don Rafael. Solo pensar en la posibilidad de tener que asimilar la pretendida originalidad de la prosa de don Ricardo, ora presuntuosamente poético-narrativa, ora literalmente porno-descriptiva y siempre rayana a la filatería, me da un repelús suicidante del más chungo... Quizá esta rara avis de la Magistratura debiera releer a Cortázar e inspirarse en el glíglico, aquel idioma particular que inventó don Julio, que exige complejas cabriolas de la imaginación para comprenderlo pero que nunca implica peligro...

Lo particular y lo singular, más allá de lo expresado sobre las cuitas individuales de dos funcionarios públicos, forma parte intrínseca del ethos y de las aspiraciones del sapiens. Adquirirlas para ser amados y reconocido por nuestros rasgos diferenciadores, es, sensu estricto, un acto aspiracional del hombre desde que el mundo es mundo, por el que demasiados vendieron su alma y perdieron su dignidad a lo largo de la historia. Y me temo que así seguirá siendo hasta el final de los tiempos si los sapiens no aprendemos que entre nuestras particularidades y singularidades no cabe esa torpeza que a base de insistir con obcecación hemos convertido en el rasgo diferenciador mejor distribuidos entre nuestra raza. Mientras tanto, parafraseando a Graves: la gran singularidad y particularidad de los muy torpes es que realmente son muy torpes, incluso a pesar de que todo el mundo lo diga.

Curioso: al iniciar a escribir el pensamiento parafraseado de Graves y pestañear, en los microsegundos de oscuridad del pestañeo, como si fuera una elucidación, he visto la imagen del presidente Trump, al que, dicho sea de paso, noto algo trasojado últimamente. Cosa de las parapraxias freudianas, supongo...

Lo particular y lo singular, lamentablemente, no son privativos del señor González y del señor Catalá, sino que, igualmente, son un mal congénito de muchos en la industria turística de nuestro terruño andaluz y costasoleño. Obsérvese, si no, el tiempo que llevamos empeñados en lo imposible: ser referencia de la exclusividad turística más coruscante, sin dejar de ser un destino cada vez más masificado. O séase, la cuadratura del círculo en todo su esplendor. Y mientras, para más inri, mantenemos el irresoluble discurso de fidelizar al cliente e identificar nuestra oferta con experiencias nuevas cada vez y al mismo tiempo. Es decir, un oxímoron en estado puro.

Como corpus turístico tampoco escapamos ni a lo particular ni a lo singular, a partes iguales. Unos, porque nuestro ombligo es tan particular que nos hace ´imprescindibles´, uno a uno, y, otros, y porque nuestro ombligo es tan singular que nos hace ´eviternos´ por decreto celestial, independientemente de nuestros haceres...

Confieso que después del episodio del magistrado y el ministro, la particularidad singular y la singularidad particular me acongojan...

¡Pero me sobrepondré!