El anuncio oficial de la desaparición de ETA tuvo todo el aire de una de esas fiestas de fin de curso que organizan instituciones universitarias, fundaciones o entidades financieras con el propósito de hacerse notar y ganar prestigio social. Se celebró en Francia, en un edificio balneario dotado con un muy cuidado jardín, y asistieron 90 invitados entre los que se encontraban algunas personalidades internacionales especializadas en mediación de conflictos. Hubo discursos, parabienes, brindis, canapés, sonrisas de oreja y fotos de familia como es habitual en esa clase de actos. Todo un contraste con la siniestra imagen ofrecida hace siete años en la que aparecían tres miembros de la banda, puño en alto y cubierto el rostro con una capucha rematada con una boina vasca (un detalle de simbólica coquetería etnográfica seguramente) mientras anunciaban el cese definitivo de las acciones armadas.

Atrás quedan 854 muertos y cientos de heridos por atentados atribuibles a la banda, y 23 muertos (contando solo a partir de 1983) por los GAL, una organización parapolicial organizada desde las cloacas del Estado. Además de 242 presos en España, 51 en Francia, 1 en Portugal, cientos de atentados todavía por esclarecer, e innumerables destrozos. Concluido el acto celebrado en Cambo-les-Bains, la polémica política se ha centrado principalmente en conjeturar que versión se impondrá al hacer balance de esos cincuenta años de asesinatos y sobre la enseñanza (si es que cabe hacer pedagogía con la barbarie) que pueda ser aprovechable para las generaciones que la padecieron.

Y sobre todo para las que las sucederán. Al respecto, he leído unas declaraciones de Maixabel Lasa, viuda de Juan María Jáuregui, militante del PSE que fue asesinado por ETA, en las que asegura que la principal tarea ahora es dejar muy claro que el terrorismo de ETA no tuvo justificación alguna y que sus víctimas lo fueron injustamente. Una tarea que ha de luchar contracorriente de esa natural tendencia a olvidar, o pasar página, de recuerdos desagradables. Como acredita una encuesta de la Universidad de Deusto en la que se señala que el 50% de los universitarios no sabía nada sobre la matanza de Hipercor en Barcelona, un 40% ignoraba quien había sido Miguel Ángel Blanco, el concejal del PP secuestrado y luego asesinado por ETA, y un 60% desconocía la existencia del GAL.

Claro que no todos quieren olvidar tan pronto. De una parte está la masa social que dio apoyo político a ETA, y de otra, las víctimas, sus asociaciones y ese sector mediático que desconfía de que la guerra se haya acabado (o que no siga por procedimientos más sutiles y engañosos). Lo que propone la viuda de Juan María Jáuregui es razonable pero tarea fundamentalmente de historiadores y pedagogos. Yo conocí a su marido, que era amigo de un hermano mío desde que trabajaba en Álava. Un verano pasó unos días de vacaciones en su casa de Mugardos. Era un hombre fuerte y muy simpático que cocinaba muy bien. Jugábamos a pala en la hermosa playa de Chanteiro cuando la marea estaba baja. También fue víctima de aquella locura.