En 1977 Tarradellas fue nombrado por Adolfo Suárez presidente de la Generalitat Provisional, un invento que no tenía competencias. Aunque fue designado también presidente de la Diputación de Barcelona, con su aparato de poder, a Tarradellas, para dejar claro que lo tenía (el poder), le bastaba con el título de president y con el protocolo, un código de signos externos, que, sabiamente ejecutado, puede llegar a ser el poder mismo. En el fondo es una liturgia que convoca la atención hacia el santo entronizado, y, cuando los demás lo veneran y rezan, los convierte en devotos figurantes. Puigdemont intenta montar un régimen personal basado en el protocolo, sin boletín, funcionarios ni presupuesto, y lo curioso es que de momento le va saliendo. Sólo romperá el encanto el que se atreva a decir que el rey está desnudo, o a ocupar su despacho en lugar de ponerle velas al ausente.