El hombre necesitado de reconocimiento veía avanzar el día sin ser reconocido. Decidió salir a la calle. Se cruzó con multitud de viandantes. Pero nada. Ya temía que el único reconocimiento que iba a recibir iba ser un ´me gusta´ en Facebook proporcionado por una exnovia. Tal vez eso le salvaría la jornada. Volvió a casa. Se preparó un café con la lentitud y desgana que proporciona la falta de reconocimiento determinados días. Se acomodó en el sofá y comenzó a soñar que esa misma tarde iba a presentar, al fin, una novela. Su novela.

Tan metido estaba en la ensoñación que pensó que ya era hora de ir vistiéndose para la presentación. Fue al cuarto. Abrió el armario. Eligió sus mejores zapatos negros, su mejor pantalón oscuro, una camisa blanca y la americana de las grandes ocasiones ¿Cuándo fue la última? La boda de su primo al regreso de la cual le cayó un excremento de paloma mansa y emigrante que le dejó una mancha de la que aún hay huella. Se dirigió a la librería en la que a él siempre le habría gustado que le presentaran la novela. Estaba llena y había un hombre con una americana parecida a la suya. Se preguntó si tendría un primo casadero. Entró.

El presentador decía que el escritor había escrito un libro de relatos, uno de los cuales, a su juicio el mejor, trataba de un hombre que soñaba con presentar una novela y alcanzar la gloria y el reconocimiento literario. El hombre necesitado de reconocimiento fantaseó con la posibilidad de escribir una novela sobre un hombre que mientras está en la presentación de su novela atisba entre el público a un escritor sin reconocimiento e inédito del que sabe que posee más talento que él. No supo qué hacer. Si tuviera reconocimiento estaría más seguro de sí mismo y por lo tanto de sus actos. Estaría seguro de que si se marchaba estaba haciendo lo correcto y estaría seguro de que si permanecía en la librería estaría haciendo lo correcto también. Soy un hombre con unos buenos zapatos y una aceptable salud, no paso frío y aún albergo algún sueño.

Qué más puedo pedir. Reconocimiento, se respondió a sí mismo entablando un diálogo interior que tal vez un torpe escritor (¿el que presentaba el libro de cuentos?) calificaría no obstante como monólogo interior. El hombre necesitado de reconocimiento no lo tuvo ese día pero al menos había pasado un buen rato. No había escrito una línea tampoco. El hombre necesitado de reconocimiento repasó todas las redes sociales en las que estaba por ver si tenía alguna notificación. Nada. Releyó el elogio que le lanzó un anónimo semanas atrás y decidió comprar sushi para la cena. Lo tomó con un vino blanco ligeramente áspero. Solo. Despacio.

Degustando el líquido, masticando a lento ritmo, vestido aún de escritor que va a presentar una novela.

Con cuidado de no mancharse los zapatos ni el mejor pantalón oscuro, ni la camisa blanca. Tampoco la americana. Una chaqueta que cuando él muriera quedaría fría, muda y desabrigada colgada en una silla tal vez para la eternidad.