Una tendencia, aunque sostenida, no es un cambio de ciclo. Sin embargo hay quienes mantienen que con el ascenso de Ciudadanos se está fraguando ese cambio. Puede que sí, pero puede también que no. La volatilidad es una característica acusada de los tiempos que vivimos. Son volubles las voluntades de los electores como son escasas las ilusiones que despierta el liderazgo político.

Hoy es Rivera el que se aprovecha de la supuesta caída a plomo del Partido Popular. Un aprovechategui, que dice Rajoy. Mañana, aún es pronto para saberlo. El problema para el líder de Ciudadanos es cómo calibrar sus expectativas cuando los sondeos insisten de manera inequívoca en llevarlo en volandas. Cada día un poco más, como si se tratara de una repetición de la jugada que proporcionó en Francia el triunfo de Macron. ¿Rivera es Macron? No parece. ¿España es Francia? Desde luego, no.

Pero si no nos gusta esta teoría del éxito volatilmente anunciado, tenemos como opción alternativa el reflejo pretérito de la historia en el relevo del centroderecha nacional: la UCD de Suárez y el Partido Popular que lo vino a sustituir en una misma coordenada. El horizonte político de este país parece haber quedado suficientemente despejado para que ningún partido pueda gobernar por sus propios medios sin llegar a acuerdos con los demás. Ciudadanos, a no ser que con Rivera suceda lo que pasó con Macron, tampoco. De manera que en el futuro, ocurra lo que ocurra, sólo le quedará entenderse con el PP o con la izquierda. Para lo primero habrá que restañar las heridas de una batalla cruenta por la hegemonía que aún no se ha librado. El porvenir de lo segundo resulta demasiado inescrutable.