Zidane e Iniesta se funden en un abrazo lejos de las cámaras de televisión. Fue justo después del Clásico de hace dos fines de semana. A escondidas. Alguien capta con su móvil el momento y lo inmortaliza. Como si fueran dos amantes furtivos, los poetas del fútbol han de verse en secreto. No sabemos lo que se dijeron. En la foto parece como si Zidane acariciara la cara de su alumno más aventajado y el de Fuentealbilla parece cumplir el viejo sueño de abrazar a su ídolo cuando era libre en los viñedos de las campiñas de la Manchuela. Cuando su abuelo le hablaba del Real Madrid de Di Stéfano, Puskas y Gento€y cuando marchó a La Masía, para llorar en las noches sin padre ni madre, y oír hablar de Ramallets, Kubala o Cruyff...

Siempre hubo enorme rivalidad entre los dos equipos más poderosos de España, y de los más poderosos del mundo. Una rivalidad que traspasaba los límites del deporte. Gentes había y hay en Catalunya que, sin haber pisado nunca el campo de fútbol, son socios del Barça porque, efectivamente, el Barça representa los sentimientos de un pueblo.

El Real era el equipo de las primeras retransmisiones televisivas desde Prado del Rey y del árbitro Camacho, aquel que birló al Valencia CF un partido en el Bernabéu anulándole no sé cuántos goles a Waldo. O del inolvidable Sánchez Ibáñez que el Día de San José entregó al Madrid un campeonato liguero cuando jugaban Abelardo, Sol, Jesús Martínez, Aníbal y Antón, con Claramunt y Valdez€ Se llenaba el campo de almohadillas pero no había vallas€ Después tuvieron que poner vallas metálicas. Cualquier día las electrificarán.

Siempre hubo polémicas arbitrales, como aquella de Rigo en una final de la Copa del Generalísimo, -así se llamaba entonces-, del 68, que favoreció al Barça o aquel penalti que se sacó de la manga el inolvidable Guruceta unos años después a favor del Madrid.

Lo que no había era la legión de tertulianos fanáticos dedicados a enardecer sentimientos de odio ni periodistas que olvidándose de cualquier principio de objetividad consienten, alientan, alimentan y viven, seguramente muy bien, de poner patas arribas cualquier decisión arbitral. Analizan si el empujón es así o asá, si la línea geométrica demuestra que el dedo meñique del pie izquierdo del defensa habilita al delantero al que han anulado un gol. Y allí ves a dos formaciones defendiendo, no la poética del fútbol, no la esencia misma de un deporte que ha basado su éxito en que todo puede interpretarse, -eso deja claro el reglamento- sino las venas pasionales a punto de reventar en infarto cerebral y en rigurosa retransmisión en directo. Podría ocurrir un día de estos para satisfacción de los índices de audiencia de la cadena. ¿Es que la objetividad, la mesura, la templanza del periodismo son pura hipocresía y ahora se exigen fanáticos charlatanes?

¿Es noticia que dos poetas, dos señores, uno del Madrid y otro del Barça de comportamiento ejemplar, se abracen a escondidas? No debería ser noticia. Porque es lo normal entre personas educadas. Pero no será noticia porque rompe el relato creado y alentado para mantener la tensión emocional de dos entidades que viven eternamente enfrentadas dentro y fuera del campo.

El fútbol, siempre el refugio de los oprimidos para desfogarse los domingos. Ahora con tanto penalti no señalado, tanto fuera de juego por el pelo de la melena, con unos defendiendo una semana lo que la anterior atacaban conseguimos crispar, fomentar la mentira y alimentar el odio al rival. Los valores del deporte del balón ya no se cuidan ni en los benjamines.