Tal para cual. El aspaviento y la alharaca más que simples sinónimos son palabras gemelas, univitelinas, que, además, dan fe de la igualdad de género. Donde cabe un aspaviento cabe una alharaca, sin desmérito ni distinción, sin diferencia ni menoscabo, sin supremacía. Nadie sabe, ni sabrá nunca, de un aspaviento que alguna vez abusara o violara a una alharaca, ni de una manada de ellos que alguna vez lo intentaran. Del aspaviento a la alharaca nunca hubo repudio, ni desprecio, ni maltrato en modo alguno. Los aspavientos, respecto de las alharacas, son la hipóstasis de la caballerosidad y del respeto. Aspavientos y alharacas son un modelo permanente de convivencia, de colaboración y de intercambio, y de versatilidad en grado sumo.

Mi amigo Picky, un enamorado aprendiz de las letras al que conozco desde que nació, un lustro después que yo, aproximadamente, me cuenta cómo en sus cuitas con los desafiantes folios en blanco a lo largo de su vida, miles de veces convocó con urgencia a la alharaca y al aspaviento para que uno y otra intervinieran motu proprio en la rima y la compusieran, sin participación ninguna por su parte. De la métrica no hay que ocuparse, me dice, porque la condición univitelina de ambas palabras las ampara hasta el punto de que donde cabe una cabe la otra. Distinto es, añade, cuando intervenimos nosotros, los resabidos sapiens ignorantes, y enredamos con pamplinosas disquisiciones metafísicas pretendiendo demostrar que no es lo mismo ser aspaventero que alharaquiento, porque siempre hubo clases... Una supina estupidez de las del quintal largo de ellas que nos corresponden a cada sapiens cada día.

Para comprender la afirmación de mi amigo basta meditar sobre los aspavientos de don Mariano y/o sobre las alharacas de doña Susana, y sus respectivos viceversas, por ejemplo, y observar cómo la razón y la realidad no tienen nada que ver con el oportunismo de los aspaventeros y las alharaquientas, que las más de las veces responde a la querencia viciada de esconder sus propias vergüenzas partidistas tras las vergüenzas del otro. Cuando alharaquientos y aspaventeros intervenimos alharaqueando y aspaventando interesadamente, los aspavientos y las alharacas pierden su condición univitelina y su substancialidad natural y se convierten en vulgares fictum o constructos partidistas desprovistos de todo carácter universal y de grandeza, cuyo único objetivo es el indeseable travestismo de la posverdad prêt-à-porter.

Tanto la alharaca como el aspaviento responden a la polaridad intrínseca de nuestros pequeños y grandes universos. Así, una y otro son sensibles tanto a la admiración como al desprecio, tanto a la dicha como a la desdicha. Hay alharacas y aspavientos en la alegría y en la pena, en el fracaso y el triunfo, en el amor y el desamor... Y esta condición da para mucho cuando rebobinamos nuestra memoria histórica: los aspavientos de nuestros actuales prohombres públicos, cuando eran simples aspirantes a ello, respondían justo a la polaridad de sus actuales alharacas. Y, ciertamente, no es imprescindible ceñir el rebobinado a la tribu política, que, por ser la más expuesta a la luz, es la que más velada queda, sino que la contradicción, expresada como polaridad en este caso, se autodemuestra como parte consustancial a los intereses particulares del ser humano y a su naturaleza sedicente. Sí, es cierto, la verdad es indignante a veces.

En estos momentos de cambio transformador en los que el bipartidismo hace aguas, prestar atención a las alharacas de unos y otras es un lujo impagable. Los viejos partidos y los partidos viejos, vistos los sondeos últimos, alharaquean defendiendo que un sondeo a un año vista son ajaspajas, insignificancias, naderías, pequeñeces, fruslerías..., sin reparar en que cuando los viejos partidos eran partidos aspirantes aspaventaban de gozo orgiástico a un año vista, porque aquellos sondeos eran la verdad revelada por la mismísima sibila en jefe del Oráculo de Delfos. ¡Ay, Delfos, ay, sibilas...¡

Con estos mimbres, los que vivimos neuróticamente desasosegados por la sostenibilidad, en el más amplio sentido del concepto, es lógico que vivamos en permanente estado de tensión y desamor, porque la sostenibilidad, para ser posible, no admite ser igual y distinta en la misma vida.

Hoy no he querido entrar en los aspavientos y alharacas propios del universo en que tiene lugar el desarrollo turístico de nuestra Costa del Sol y nuestra Andalucía, porque, la verdad, hoy no tengo yo el cuerpo para más tristezas...