De todos es bien conocida la admiración, muchas veces declarada, del líder de Ciudadanos, Albert Rivera, por el que fuera primer presidente del Gobierno de la Democracia, Adolfo Suárez. Sin embargo, el que les escribe encuentra más similitudes, en cuanto a su trayectoria política, entre el joven Albert y ese gran político indiscutible figura de la política española del primer tercio del siglo XX, que fue Melquiades Álvarez. Hace exactamente un siglo, el Partido Reformista se presentaba ante la opinión pública de forma idéntica a como lo hace, hoy en día, el partido naranja. El PR y su líder, Melquiades Álvarez, aparecían como una auténtica bocanada de aire fresco en el panorama político de una agotada Restauración que entraba ya en su fase final; una formación política que aspiraba a poner fin al bipartidismo representado por los dos viejos partidos dinásticos.

Nacido en 1913, como una escisión moderada del bloque republicano, el reformismo pronto acogió en su seno a algunas de las principales figuras de la intelectualidad republicana del momento. Así, Azaña, Ortega y Gasset, Pérez Galdós o el malagueño Fernando de los Ríos velaron sus primeras armas políticas en las filas del reformismo «melquiadista». Con una postura «accidentalista» en cuanto a la forma del Estado y un ideario fuertemente liberal y humanista, el reformismo se declaraba laico, gradualista y en su manifiesto fundacional postulaba una fiscalidad progresiva, así como la independencia y la soberanía del poder civil, con una secularización completa del Estado. En los años siguientes, la base electoral del Partido Reformista, así como el prestigio de su líder, no hicieron más que aumentar. No es de extrañar, pues, que a la altura de 1920 nadie dudara de que el abogado Melquiades Álvarez, excelente orador y parlamentario al que popularmente se le conocía como «pico de oro», fuese a ser llamado por el Rey para presidir el Consejo de Ministros (cosa que, desgraciadamente, no ocurrió, entre otras cosas porque el soberano prefirió seguir apoyándose en los dos viejos partidos dinásticos, con unos gobiernos cada vez más débiles e inoperantes).

Sin embargo, la posterior deriva y la actitud un tanto errática y cortoplacista de Álvarez, el cual dirigía el partido de forma unipersonal, tan sólo rodeado de algunos de sus fieles, como Ramón Álvarez-Valdés o Manuel Rico Avello, pronto frustraron las esperanzas de la formación de alcanzar, de forma inminente, el poder. Así, tras una primera participación, en coalición con el viejo Partido Liberal del Conde de Romanones, en las elecciones municipales del mayo de 1915, que constituyó un sonoro fracaso y levantó la ira del mismísimo Ortega en las páginas de la revista España, con su demoledor artículo, Un discurso de resignación, el prócer, en una decisión personal que le costó la desafección de muchos de sus militantes y simpatizantes, embarcó al partido en la huelga revolucionaria de 1917 de la mano del Partido Socialista Obrero Español y de los anarquistas.

Y llegados a este punto, ¿quién no ve, aquí, un evidente paralelismo con los titubeos iniciales de Ciudadanos y de su bisoño líder, que no dudaron en concurrir a las elecciones europeas de 2009 en una coalición, Libertas, junto con los principales partidos ultraderechistas y euroescépticos de Europa, al mismo tiempo que en su ideario se declaraban como un partido socialdemócrata?

A partir de ese momento, la trayectoria política e ideológica de ambas formaciones ha corrido pareja. Así, tras alcanzar la presidencia del Congreso de los Diputados en 1923 y oponerse a la dictadura de Primo de Rivera, con la llegada de la II República, Melquiades Álvarez refundó su organización política, en 1931, con el nombre de Partido Republicano Liberal Demócrata, y fue virando, ideológicamente, cada vez más hacia la derecha, hasta acabar pactando y apoyando a las candidaturas de la C.E.D.A. de Gil Robles, mientras en lo profesional, en su calidad de abogado, no dudaba en asumir la defensa del líder falangista José Antonio Primo de Rivera, decisión ésta que, a la postre, le iba a costar la vida en los primeros momentos de la guerra civil.

Paralelamente, Ciudadanos, bajo la égida de un todopoderoso Albert Rivera, apostó, en febrero de 2017, por redefinir ideológicamente el partido, eliminando de su ideario toda referencia al socialismo democrático y sustituyéndolo por el liberalismo progresista. Lo que viene a continuación es de sobra conocido; Ciudadanos, aupado por las encuestas, se ha embarcado en una frenética carrera por arrancar al Partido Popular parte del tradicional voto conservador, a la vez que apuntala, en un difícil equilibrio, gobiernos autonómicos populares, en aquellos lugares, como Madrid y Murcia, donde la corrupción y la mala praxis política han hecho tambalearse al partido conservador.

Difícil postura, ésta, la de presentarse como un partido nuevo y regenerador, al mismo tiempo que se apoya, en aras de la estabilidad del sistema, a los dos partidos tradicionales a los que se pretende desbancar. Un peligroso juego, en fin, que ya intentó el «ciudadano» Melquiades Álvarez, y en el que acabó siendo engullido por lo que Antonio Machado denominó las Dos Españas.

Veremos cómo le van las cosas, cien años después, al «ciudadano» Albert Rivera.