El discurso xenófobo del nuevo presidente de la Generalitat de Cataluña, Quim Torra, debería repugnar incluso al más fervoroso nacionalista.

Porque si el sentimiento independentista es totalmente aceptable en democracia, esté o no justificado, y uno piensa que no lo está en el caso de Cataluña, no ocurre lo mismo con el racismo.

Y racismo, del más extremo, rezuman las palabras vertidas por Torra en sus ya famosos tuits, sin que valga ahora disculparse por lo que en ningún caso son pecadillos de juventud.

Los pasados exabruptos del hoy indigno presidente de la Generalitat son inexcusables, muestran su talante más profundo y deberían haberle inhabilitado para ejercer el cargo que ahora, aunque sea provisionalmente, ostenta.

Por más que traten de justificarle algunos, diciendo que son viejas palabras, sacadas además de contexto, a la vista de sus escritos no puede caber ninguna duda de su etnonacionalismo radical, que podría haber suscrito el propio Joseph Goebbels.

¿No es propio de un racista de tomo y lomo escribir que «la vieja y honorable raza del socialista catalán» entró en determinado momento en «un proceso de decadencia ineluctable con la raza del socialista español»?

¿O describir como «bestias» que despiden «un hedor de cloaca» por la boca a aquellos españoles que despotrican cada vez que oyen hablar catalán aunque sea en Cataluña?

Cuando al mismo tiempo se escandaliza de la «normalidad» con la que algunos hablan allí español como si Cervantes y su idioma, hoy universal como el inglés, no formaran también parte de la cultura catalana.

¿Y qué decir de su descripción de España como «un país exportador de miseria, materialmente y espiritualmente hablando», como si Cataluña no hubiera sido nunca parte de ella. Y si de crímenes coloniales hablamos, ¿qué gran imperio se salva?

En su interpretación sesgada de la historia se refiere además Torras al franquismo no como «un golpe contra la civilización», en general, que es lo que realmente fue, sino sólo «contra la civilización catalana» en particular.

Lo triste es que las palabras de Torras hayan sido respondidas muchas veces desde Madrid no con argumentos, sino con injurias e insultos, con lo que muchos comentaristas y tertulianos se han puesto a su mismo nivel.

Lo importante ahora sería que fueran los propios catalanes, también los nacionalistas, quienes expresasen su explícito rechazo a verse representados por un individuo capaz de escribir, sin sonrojarse, las cosas que aquél escribió y de las que ahora no parece siquiera arrepentirse.

¿O es que en el fondo muchos, demasiados, piensan allí como él? Eso sería lo más preocupante.