Poco duró la celebración de la estabilidad de unos presupuestos que, en apariencia, garantizan prolongar hasta casi su término una legislatura que ya nació agónica. El pasado que nunca descansa se materializó ayer en la sentencia de la primera época de "Gürtel", una trama tan enraizada que hasta tiene períodos diferenciados, distinguibles por el territorio que esquilmaba en cada época.

Los indicios de que en el PP hubo una corrupción endémica se acumulaban ante un Mariano Rajoy inalterable en su voluntad de no cortar esa gangrena, quizá porque hubiera sido obligada la propia autoamputación.

Todo viene de muy atrás, como refleja la sentencia de la Audiencia Nacional, que apunta a una "caja B" del partido desde 1989. Una persistente "contabilidad extracontable", según concepto acuñado por el Bárcenas más creativo, pese a que el fallido "caso Naseiro" dejó al descubierto a comienzos de los noventa la veta oscura de la que se alimentaba la actividad de los populares. Y todavía está por llegar la vista oral de los papeles del extesorero, que deparará sin duda grandes aportaciones sobre ese mundo subterráneo.

El PP era ya una sucesión de casos judiciales y de notables en el banquillo cuando el rebufo político de la crisis obligó a repetir elecciones en 2016, el año en el que Pablo Iglesias fue decisivo para garantizar la continuidad de Rajoy. El intenso acontecer pú- blico vivido desde entonces es sólo una prolongación de aquel entuerto mal resuelto. Todo podía empeorar, como ocurrió. El independentismo olfateó la debilidad de un partido que se conformaba ya con resistir, y su desafío agravó la decrepitud política del Gobierno. Sin embargo, la necesidad de dar una respuesta unitaria obligó a apuntalar a Rajoy y a obviar sus errores para que el cortafuegos del 155 abriera una vía, que se está revelando tortuosa e imprevisible, para encauzar la que es ya la mayor crisis institucional de la democracia. El secuestro de la agenda política por una amenaza secesionista todavía muy activa ha terminado por convertirnos en rehenes del marianismo.

El PNV lo explicaba para justificar, pese a lo dicho, su voto favorable a los Presupuestos, aunque la Generalitat siga intervenida por la Administración central. La contribución del nacionalismo a la estabilidad del Gobierno es tan decisiva como bien retribuida, pero tiene también mucho sentido del equilibrio político y una visión muy ajustada de la compleja coyuntura del país, que sólo puede agravarse más con una crisis del Ejecutivo. Salvo al independentismo, a nadie le conviene zarandear ahora al Presidente. Ni siquiera a Ciudadanos, encelado en su calentón demoscópico, le vendría bien auparse en un momento tan confuso.

Que alguien con un perfil tan inapropiado para estos tiempos como el de Rajoy se haya hecho tan necesario es un síntoma alarmante de la paraplejia política que sufrimos. Así que aguanta, Mariano.