Los cascotes de la imagen de Rajoy se han derrumbado en apenas un día. Sin menospreciar la rehabilitación de la imagen de la judicatura a través de la sentencia de la Audiencia Nacional sobre Gürtel, el traspaso de indispensable a tóxico no procede exclusivamente de los trescientos años de cárcel a figurones de su partido y aledaños.

Rajoy no se ha convertido de repente en un insoportable presidente del Gobierno. Su pasividad y su impasibilidad bien remuneradas distan de los tiempos en que cobraba sobresueldos en negro de su protegido Bárcenas, según la sentencia. Las mentiras sostenidas durante años, sobre la inevitabilidad de su figura, solo han servido para empeorar la situación política del país. El clima económico ha mejorado al igual que en los restantes países rescatados, al ritmo de un barril de petróleo a mitad de precio y de asalariados empobrecidos.

La patraña de «Rajoy antes que unas terceras elecciones» fue enarbolada sin ningún respeto al evidente descrédito del candidato, entre sus propios votantes. Sin olvidar que las evidencias sobre la corrupción desatada del PP, ahora sistematizadas ejemplarmente por la Audiencia Nacional, se hallaban al alcance de cualquier ciudadano informado. La enésima rueda de prensa anodina ofrecida ayer por el granítico Rajoy, donde ya nadie sabría distinguir si interviene en directo o a través del plasma, demuestra que el mazazo de la sentencia ha sacudido a todos los habitantes del país excepto a uno.

Otro de los clisés cansinos sobre Rajoy le venía atribuyendo una fidelidad ignaciana al PP. Ante cualquier crítica, los paladines del presidente del Gobierno señalaban que su única obsesión era la continuidad de la tarea de los populares. Esta mascarada supera en falsedad a las «terceras elecciones», si fuera posible. El único aliciente de La Moncloa para su actual inquilino consiste en que le libra del horizonte de Rodrigo Rato. Tampoco se necesitarían nuevas pruebas para demostrarlo, pero la sentencia le recuerda que falsea la realidad como testigo, y que su encomiable compromiso con los populares estaba generosamente retribuido con el dinero de los empresarios agraciados.

Rajoy se ha convertido en el peor enemigo del PP. Su permanencia en el cargo, de no prosperar la moción de censura, tendrá efectos variopintos sobre el resto del abanico partidista. Sin embargo, existe la certeza de que ahondará la crisis de su formación. Pese a estar volcado en las esencias populares, el devoto no ha apacentado a un solo sucesor en condiciones. El presidente del Gobierno se mira en el espejo de Zaplana para salvar su cuello, y arruina la cultivada imagen de defensor de las esencias de un partido en bancarrota.

La reacción del PP a la sentencia ha logrado agravar los comportamientos de los populares desmenuzados en dos millares de folios. El plasmático Rajoy también se entretuvo en enfatizar que el fallo de la Audiencia Nacional es recurrible. Una vez más, el Gobierno se encomienda al Supremo, en busca de un Llerena que le resuelva el trabajo sucio de las decisiones políticas que no se atreve a afrontar. Todo antes que reconocer la indisolubilidad entre el PP y la corrupción. En menos de una semana, Gürtel y Zaplana.

Tampoco ha sorprendido a nadie en España la vinculación de Eduardo Zaplana con la corrupción, aunque sí su detención con tanta posterioridad a las turbias maniobras en que se halla envuelto. La confirmación de un comportamiento previsible ni siquiera se ha alterado al atribuirle sobornos en el rango de los millones de euros, en paraísos fiscales.

Frente a las defensas numantinas en los casos de Rita Barberá y de Cristina Cifuentes, con ovaciones ensordecedoras a la propietaria de un título universitario falsificado, el PP se ha mostrado inmisericorde con una de las figuras inolvidables de su panteón. El partido no solo suspendió de militancia a Zaplana, sino que lo borró de su disco duro. A martillazos, por seguir la tradición del partido en el abordaje de los casos comprometedores. Y no media todavía una sentencia que lo tilde de mentiroso, ni de perceptor de cantidades de oscura procedencia.

En la ficción a que obliga la urbanidad, Zaplana era hasta el martes un ciudadano libre de toda sospecha. Sin embargo, su partido no le concedió ni el beneficio de la duda. La inmediatez en la expulsión da alas a quienes consideran que el fuego amigo se ha cobrado una nueva víctima, por documentado que se encuentre el latrocinio súbitamente desvelado. Se puede cometer el bien por motivos inconfesables. Si Rajoy pretendía camuflar la sentencia de Gürtel que ya conocía, se equivocó de nuevo.