La semana ha sido muy complicada, para Mariano Rajoy (y trascendente, de cara al final de la legislatura). Empezaba bien para su partido cuando, tras días de suspense, el PNV garantizaba sus cinco votos para sacar adelante los Presupuestos de 2018. Aunque los nacionalistas vascos amenazaban con no dar su aprobación, ante la vigencia del artículo 155 de la Constitución en Cataluña, el pragmatismo (es decir, las prebendas arrancadas a Rajoy) impusieron su lógica.

Es probable que, en el momento en el que el PNV dio su visto bueno presupuestario, Rajoy ya supiera que la sentencia sobre la trama Gürtel estaba al caer y sería condenatoria para su partido, como así fue (además de deparar penas elevadas -recurribles ante el Tribunal Supremo- a los principales implicados, como Francisco Correa y el extesorero del Partido Popular, Luis Bárcenas).

Al daño de imagen sufrido por el partido del Gobierno puede añadirse un conato de desestabilización parlamentaria, materializado en la moción de censura que ha impulsado el PSOE de Pedro Sánchez, aprovechando la debilidad del PP.

Pero que prospere esta moción no es fácil. Rajoy sabe que al PSOE solo podría impulsarla con el apoyo de Podemos y los independentistas catalanes (algo que no le interesa a Sánchez, tras su apoyo claro al Gobierno en la aplicación del 155 en Cataluña) o, en caso contrario, con Podemos y Ciudadanos (que, dada su actual fortaleza en los sondeos, solo aceptaría el envite de Sánchez para convocar elecciones inmediatamente -lo que no interesa ni al PSOE, ni a Podemos, ni al PP). Así que, por primera vez en los últimos dos años, la presidencia de Rajoy corre peligro, pero todo puede quedar en un susto. Veremos.