Una serie de acontecimientos han centrado nuestra atención sobre América Latina en los últimos días: la crisis financiera de la Argentina de Macri, que ha obligado a pedir ayuda de nuevo al FMI que tan malos recuerdos trae a los argentinos; la sucesión política en Cuba en la persona del presidente Díaz Canel, la primera vez desde 1959 que no hay un Castro en el gobierno por más que Raúl mantenga las riendas desde una discreta segunda fila en un contexto económico malo por la ineficacia del sistema comunista para dar bienestar a la gente, pero que en este caso se agrava por la política agresiva de Trump hacia la isla rectificando (una vez más) el acercamiento que lideró Obama, y también por la incapacidad del régimen venezolano de seguir echando una mano cuando lo que necesita es que se la echen a él; el hartazgo de los nicaragüenses con el despotismo candombero de Daniel Ortega y su pintoresca esposa, que con sus políticas caprichosas han logrado provocar un levantamiento popular contra el viejo revolucionario convertido en cacique, como con amargura reconoce su antiguo compañero Sergio Ramírez; el escándalo de la dimisión en bloque de 34 obispos chilenos, algo inédito en la milenaria historia de la Iglesia, por su acción o inacción en escándalos de acoso sexual que el propio Papa negó inicialmente para ordenar luego una investigación a fondo; las patéticas elecciones en Venezuela que han dado como vencedor al ignorante Maduro, tras ser al mismo tiempo boicoteadas por una oposición dividida y aplaudidas por el inefable Rodríguez Zapatero, que uno no sabe muy bien qué pinta en ese país donde la gente no tiene medicinas y se muere de hambre tras dilapidar generosas rentas del petróleo.

Venezuela producía 3,4 millones de barriles diarios y hoy anda por 1,3 millones mientras Colombia se acerca a los 800.000. La broma hoy en la región es cuál de los dos países llegará antes al millón de barriles/día; el encarcelamiento de Lula en Brasil mientras la mancha de la corrupción de Odebrecht se extiende por el continente y lleva a la cárcel a políticos como el expresidente peruano Ollanta Humala... Se dice por allí que Odebrecht ha hecho más que el propio Bolívar por unificar a un continente salpicado por sus «donaciones» a cambio de contratos; elecciones importantes estos días en Colombia, donde se juega el futuro de la paz con los guerrilleros de las FARC; mientras, la política antimexicana de Donald Trump (muro, insultos, sanciones comerciales...) abona una reacción nacionalista y antiyanqui que parece asegurar la victoria electoral del candidato izquierdista López Obrador, un hombre que quiere revertir la política liberalizadora del petróleo que los Estados Unidos llevan un siglo tratando de imponer...

Supongo que pasan muchas más cosas en América Latina porque es un continente enorme de unos 20 millones de km2 (cuarenta veces España) con una población superior a la europea (640 frente a 500 millones) que sigue creciendo mientras la nuestra está estancada o en regresión suicida. Los latinoamericanos son el 9% de la población del planeta y su PIB es de 4 billones de dólares, cuatro veces el español. Algunos países iberoamericanos como Argentina, Brasil y México están llamados por su potencial a tener un papel importante en un futuro no lejano, aunque uno sonríe cuando recuerda que el patriota cubano José Martí se preguntaba hace 150 años si la gran potencia continental del siglo XX sería Estados Unidos o Argentina. ¡Y dudaba!

América Latina tendrá un papel importante por varias razones: porque su ubicación geográfica la sitúa más cerca que Europa del Pacífico y, en particular, del Estrecho de Malaca que está llamado a convertirse en el centro económico del planeta; porque a diferencia de Europa tiene una lengua, una religión (a pesar de la fuerte penetración de iglesias evangelistas) y una cultura común, lo que debe facilitar procesos integradores a escala del subcontinente; y porque tiene una población joven cada vez más preparada y materias primas (petróleo, cobre, etc.) que el mundo demanda.

En un contexto continental dominado por un Donald Trump que simplemente no mira hacia el sur (salvo para meterse con los mexicanos), distraído como está con Irán, Corea del Norte y las investigaciones de Robert Mueller sobre sus eventuales contactos con Rusia; con una China que trata de ocupar el vacío dejado por los EEUU invirtiendo en infraestructuras o dando préstamos ruinosos a países insolventes como Cuba y Venezuela con el triple objetivo de ganar influencia, asegurarse las materias primas que necesita y garantizarse un futuro mercado exportador, Europa no puede quedarse con los brazos cruzados. Latinoamérica puede convertirse en nuestra ventana hacia el Pacífico y eso exige multiplicar nuestras inversiones y flujos comerciales que siendo importantes siguen siendo escasos para el potencial recíproco, piénsese que la misma España exporta más a Portugal que a toda la América Latina. La buena noticia es que las posibilidades de crecimiento están ahí y se verán potenciadas cuando se firmen los acuerdos de libre comercio entre la Unión Europea con los países de Mercosur (Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay), que llevamos veinte años discutiendo, y con la Alianza del Pacífico (Chile, Colombia, Perú y México). Porque la realidad es que Europa, también distraída con cuestiones más próximas como el nacionalismo agresivo ruso o las crisis de Oriente Medio, verá potenciada su propia proyección internacional si se aproxima a América Latina con la que comparte cultura y valores, y este es un trabajo que corresponde hacer a las diplomacias española y portuguesa en Bruselas.

*Jorge Dezcállar es diplomático