El Real Madrid de Casemiro repite Champions. Mejor dicho, los blancos ganan la temporada al completo, porque el playoff de la Liga 2017-18 se disputaba en Kiev. Queden los títulos menores para el industrioso Barça. Este balance no parecía tan elemental a los 20 segundos del partido, con la primera llegada al área pequeña por parte del Liverpool. Es decir, por parte de Salah, un jugador para todas las estaciones. Voraz y con estilo, una combinación letal.

Salah es grande, así que se necesitaba desempolvar la artillería pesada para neutralizarlo. El primer jugador egipcio del que tengo noticia desbordaba por sistema a Marcelo. Además, no se trata de un goleador típico con anteojeras. En los cuatro primeros minutos, ya había efectuado media docena de incursiones, con «el deseo y la actitud» que el entrenador Jürgen Klopp consideraba indispensables para derrotar a un Madrid al que etiquetaba de superior.

Marcelo no pretendía anular a Salah, ni siquiera desestabilizarlo. Se conformaba con igualarlo en incursiones en el área rival, porque el primer disparo desenfocado del Madrid sobre la puerta de los ingleses llevaba la firma del lateral bullidor. Sin embargo, este trueque era inconveniente para el Madrid, así que Sergio Ramos esperó a que transcurrieran 25 minutos de cortesía para aplastar al faraón del Liverpool en un encontronazo de trámite. Nos equivocábamos quienes pensábamos que el ariete del Liverpool exageraba el dolor, para tomarse un merecido descanso. Fue una ejecución de profesional, que no recibe castigo ni deja huella.

Podemos mantener la ficción de que en el fútbol se enfrentan 11 contra 11, pero la lesión de Salah dejaba la final vista para una sentencia dictada de antemano. Imperaba la sensación de que el Liverpool se quedaba con diez jugadores en pista. El tiburón blanco se desperezaba, le bastaba entregarse a la inercia de la diferencia real entre ambos equipos.

Así empezaba la reconquista, porque los ingleses perdieron de vista el marco de Keylor Navas, encomendado de nuevo a la gracia divina en un disparo endiablado del adolescente Alexander-Arnold. La tónica no viene alterada por el conflicto entre religiones del gol encajado por el cristiano militante costarricense, de parte del musulmán senegalés Mané, que empataba el partido en un espejismo para disimular el abismo entre ambos contendientes.

La misión central de Salah consistía en disimular la debilidad lacerante de la defensa del Liverpool. Sin la coartada egipcia, que no puede considerarse equilibrada por la sustitución del herido Carvajal, solo cabía el entreguismo. En una charlotada del portero Loris Karius que no sería la última, a Benzema no le quedaba más remedio que abrir el marcador. El francés sigue abonado a la ley del mínimo esfuerzo. Al ensimismado zampabollos le bastó con levantar 40 centímetros la extremidad inferior, para consolidar las aspiraciones a la Champions.

Se preparaba la gran noche de los dos vértices menos distinguidos del triángulo de la BBC, tan austeros a la hora de molestar a los restantes jugadores con su presencia. Bale se aproximaba tanto como se lo permite su físico desmañado a una chilena, para deshacer el empate circunstancial. El galés repetiría diana a distancia con la inmensa colaboración del guardameta Bob Esponja Karius, que debe exigir una comisión de todos los traspasos futuros de Benzema y Bale. Imaginen la desazón de Cristiano Ronaldo, para quien la Champions era anteanoche un objetivo secundario, porque el portugués solo disputaba el Balón de Oro.

El entrenador del Liverpool había confesado, en la rueda de prensa previa a la final, que el Madrid le ganaría al equipo de Jürgen Klopp «en nueve de cada diez ocasiones». Solo se descontó en una victoria, porque cuesta imaginar incluso la presencia del conjunto inglés en la final. De hecho, los dos finalistas de la secundaria Europa League superan holgadamente a un finalista para olvidar.

Zinedine Zidane no solo iguala en tres Champions a Ancelotti y Paisley, precisamente con el Liverpool. El francés también es el único triunfador en la competición que fue sancionado por dirigir un equipo sin poseer el título suficiente. ¿Alguien recuerda el nombre de quienes le denunciaron y condenaron?

Con cuatro Champions en cinco años, el Madrid se mueve en las coordenadas de la prehistoria de Santiago Bernabéu. Ha coronado la proeza sin que nadie se atreva a concluir que domina el fútbol mundial. No es el Bayern de Beckenbauer ni el Milan de Baresi, en especial porque Ronaldo solo trabaja para su carrera individual, sin distraerse con compromisos colectivos. De ahí su indignación cuando un espontáneo mejoró la defensa del Liverpool, para torpedear su gol en el último minuto.

Pese a las reticencias, el Madrid muestra una regularidad asombrosa, la puntualidad exquisita que Rafael Nadal cumplimenta a cada cita con Roland Garros. El año que viene a la misma hora, los madridistas obtendrán la Champions en el Wanda Metropolitano. Por un criterio de eficiencia, el torneo debería dispensar a los blancos de las eliminatorias previas, variando únicamente la identidad del aspirante. Con Salah en activo durante los 90 minutos, el resultado podría haber sido fácilmente distinto. Sin embargo, esto demuestra que el Madrid no solo elimina a rival, también disipa los imponderables. Asusta.