Para muchos en este país no hay gente con derecho a pensar de otro modo, que pueda tener y defender otros intereses tan legítimos, al menos, como los suyos.

Para muchos aquí sólo hay gente que quiere romper España, aliados de independentistas, terroristas y simpatizantes de la Venezuela de Nicolás Maduro. Para aquéllos sólo existen la España y la anti-España.

Hay aquí partidos que parecen tener una exagerada concepción patrimonial del poder y ven cualquier intento legítimo de desalojarlos del mismo casi como un delito de lesa patria.

¿Cómo podemos explicarnos si no el vitriólico y revanchista discurso de despedida del portavoz del grupo parlamentario popular, Rafael Hernando, un discurso que no pasará a los anales de la ética parlamentaria?

Se puede ser duro en las formas, se puede defender al propio partido y criticar al de enfrente, pero éste debería ser siempre rival, nunca un enemigo. Dejemos lo otro para Carl Schmitt.

A juzgar por las primeras palabras de algunos dirigentes del PP tras el sorprendente triunfo de la moción de censura del PSOE, para el derrotado PP ha llegado la hora de la venganza.

Venganza no sólo frente al PSOE de Pedro Sánchez, al que acusan de haber llegado al poder de modo torticero, sino a quienes le ayudaron a ello, en especial los nacionalistas vascos.

Éstos le sirvieron perfectamente al PP para aprobar sus presupuestos en su intento, ahora truncado, de acabar la legislatura, pero tras su voto a favor de la moción de censura, se convirtieron de pronto en unos apestados.

El problema es que el PP parece por desgracia no haber aprendido nada. Es como si las condenas por corrupción de algunos exdirigentes de ese partido no hubieran hecho mella en él.

El PP sigue siendo un partido incontrito y ahora, después de lo ocurrido, además vengativo: hará todo lo posible por frustrar ya de por sí difícil acción de gobierno de Pedro Sánchez como ha hecho cada vez que le ha tocado gobernar a la izquierda.

A los socialistas, ni agua. Tiene el PP suficientes medios para ello. Y el nuevo presidente del Gobierno se verá obligado a hacer malabarismos para retrasar la convocatoria de nuevas elecciones como le reclaman muchos.

Si el acoso de los independentista catalanes no fuera ya suficiente, tendrá que lidiar Sánchez con una derecha exacerbada además por la lucha entre un PP incapaz hasta ahora de asumir responsabilidades y un Ciudadanos, frustrado en sus expectativas inmediatas de llegar a la Moncloa.

Pese a este poco halagüeño panorama, hay signos esperanzadores como son los primeros nombramientos de Pedro Sánchez, que apuntan al europeísmo, la solidez y la importancia de la mujer.

Tiene la izquierda una oportunidad de oro para sumar fuerzas buscando la cooperación en lugar de la división y el enfrentamiento por cuestiones que a los ciudadanos se les antojan muchas veces personalistas y nimias.

Y puede también, ¿por qué no?, cierto ánimo la inesperada decisión de Mariano Rajoy de tirar la toalla y dejar el camino abierto para un sucesor.

¿Aprovechará la ocasión un renovado PP para dejar atrás finalmente una etapa marcada por la corrupción y la pertinaz negativa a reconocer sus lacras?

Siempre quedará la llamada cuestión territorial, que en ningún caso se conseguirá resolver si no es con las necesarias dosis de entendimiento, capacidad de compromiso y mano izquierda por parte de todos. Y esto es algo que de momento cuesta ver.