De viernes a viernes, de la investidura presidencial al primer Consejo de gobierno, se vivieron los días políticos más sorprendentes e impactantes de los últimos tiempos. La semana supo a décadas. La ilusión marchita de mucho votante de centroizquierda se desempolvó de los armarios sentimentales. Un desencantado que llevaba años sin votar socialista resucitó para escribirme: «Esto me recuerda al 82 con Felipe González». Es excesivo, quizás, pero muchos hicieron esa comparación. El espectáculo de desvelar el Gabinete gota a gota, resultó de gran eficacia. «Vaya comienzo», admitía en un mensaje un diputado popular el lunes al saber que Josep Borrell iba a Exteriores. Desde Berlín, Puigdemont montó en cólera. Pep Rusiñol, de Sociedad Civil Catalana, levitaba de satisfacción. Después, Pedro Duque abandonaba su aventura emprendedora y entraba en la órbita gubernamental. Los memes lo retrataron así: «¿Ponemos un ministro de Podemos», sugería Pablo a Pedro. «Antes nombro a un astronauta», replicaba el presidente. «Se ha olvidado en 48 horas de quien lo ha votado», advertía después el auténtico Pablo Iglesias, ya fuera de bromas y de memes. «Europa los pondrá en su sitio porque no controlan el gasto y volverán a las andadas», pronosticó un dolido militante popular. A las pocas horas, la directora de Presupuestos de la Comisión Europea, Nadia Calviño, se sumaba al Gabinete. Europa recibió el tranquilizador mensaje: España no es Italia.

Miércoles por la tarde, traca final. El mismo diputado popular nos llamó para compartir su asombro, no exento de admiración: «Pero si Grande-Marlaska ha ido ascendiendo siempre por empuje nuestro...» Arnaldo Otegui se ocupó personalmente de denigrar en las redes al nuevo ministro por haberlo encarcelado dos veces. Debe ser un buen Gobierno -se concluyó entre los escépticos- si enfurece a Puigdemont y a Otegui. Hay esperanza. Hay partido.

Las primeras horas en el Gobierno fueron una fiesta, aunque menguante. Mayoría de mujeres, noticia mundial. La lectura de los historiales académicos del equipo reconforta a los que pedían personal preparado, viajado y con idiomas. El traspaso de poderes, modélico. Después, la primera decisión -llamar a todos los presidentes autonómicos, incluido el catalán Quim Torra, para acordar reuniones inmediatas- disparó la fusilería de la oposición interpretándolo como «pago por la investidura». Descongelar la aplicación del artículo 155 alterará a los más intransigentes; pero en la misma medida reducirá apoyos a los independentistas que disfrutan del plus de los indignados «con Madrid». Con normalización, el secesionismo retrocederá. «El procés ha fracasado y por eso aflora la violencia, como en la interrupción del acto por Cervantes», afirma Pep Rusiñol. Para Cataluña y para la marca Barcelona es penoso el mensaje -ni una palabra de condena de la alcaldesa Ada Colau- porque si en una universidad no se puede homenajear al escritor más importante de la lengua castellana, la imagen de concordia se funde. Y hasta la capitalidad editorial barcelonesa se cuestiona.

Este Gobierno durará casi dos años, para desespero de Ciudadanos y menos del PP que debe elegir a su líder y proyectarlo, sobre todo si se trata de Alberto Núñez Feijóo, que está fuera del Congreso. El Parlamento será un drama. Pedro Sánchez tiene solo 84 diputados, menos de la mitad de los necesarios para aprobar nada. Depende de otros para todo; y sin Rubalcaba allí, o sin un Antonio Hernando rehabilitado para negociar, habrá que buscar acuerdos desde los ministerios más que desde los escaños. Los populares tienen la llave de todo por su mayoría absoluta en el Senado, pero deberán medir sus vetos porque si el nuevo Gobierno genera tanta esperanza, aparecer solo para aplastarla tendrá costes. El PP es imprescindible para la reforma constitucional que la ministra Meritxell Batet estima «urgente, viable y deseable». El espectáculo político continúa. No se pierdan un capitulo.