Vladimir Putin ha garantizado que no ordenará matar a ningún periodista durante el Mundial de fútbol. Este gesto de concordia no solo rompe la trayectoria del presidente ruso, también demuestra la importancia que concede a la competición internacional. Los Juegos de Invierno conceden una proyección muy inferior al balón sagrado. Sin embargo, las tarifas de corrupción del COI están a la altura de la Fifa, de acuerdo a las investigaciones penales contra ambos organismos. Por tanto, el rendimiento global es superior con la competición inaugurada esta semana.

Presidir la inauguración de un Mundial aventaja en proyección a la obtención del Nobel de la Paz. De ahí el revuelo en Inglaterra ante la traición del cantante Robbie Williams, que cobró una cantidad exorbitante para intervenir en la ceremonia de apertura. La familia real y el gobierno británicos se ausentaron del palco inaugural moscovita. El artista fue acusado de «vender su alma al dictador Putin» y de traicionar a la comunidad LGBT, dada la hostilidad del presidente ruso hacia la homosexualidad, concentrada en la ilegalización de la «propaganda gay».

Las ausencias testimoniales no modifican la visión panorámica. El mundo se rinde ante Putin. Se ha asegurado un Mundial, como el general argentino Videla o Benito Mussolini. Más allá de desacuerdos puntuales en Ucrania o Siria, los gobiernos occidentales envidian la solidez mostrada por el restaurador de la Rusia zarista. Ningún opositor provoca melladuras en la coraza del propietario del Kremlin, sin limites a la hora de castigar a sus adversarios.

Los detractores del presidente ruso evolucionan a imitadores de modo vergonzante. Macron es un Putin sin esteroides, pero sus limitaciones a la información sobre los conflictos empresariales recibirían el aplauso de Moscú. Al igual que la extraña ley contra las noticias falsas, que amenaza con llevarse por delante a informaciones de mayor fiabilidad. Curiosamente, la legislación que aproxima a Occidente con la dictablanda rusa se instaura a menudo bajo la presunción de frenar el juego sucio moscovita en países de la Unión Europea.

También Rajoy copió a Putin la ley mordaza. El presidente del Gobierno removido albergaba ambiciosos planes, para impedir las críticas a su augusta persona en las redes sociales, que también harían las delicias del Kremlin. Por desgracia para el avance de la censura, se vieron interrumpidas por la fulminante destitución. En cambio, la persecución judicial a la libertad de expresión en España encajaría con fenómenos como la represión judicial en Rusia contra el grupo punk Pussy Riot. El documental sobre el proceso al trío femenino parecía inimaginable en España hace cuatro años. Hoy se ha normalizado sin encrespar a la opinión.

Putin triunfa a su manera, sin preocuparle en lo más mínimo la impresión que causa. Despliega una sucesión de alianzas aleatorias, momentáneas y rotatorias. Observa con deleite, si la política internacional le ocupa en lo más mínimo, que las democracias altivas tienden hacia su cosmovisión sin contemplaciones. La instauración de regímenes «iliberales» ha dejado de ser una prerrogativa de Hungría o Polonia, por mucho que el zar deba congratularse de la reivindicación del Telón de Acero que comportan. Además, se ahorra la subvención de los regímenes fraternos, alimentados ahora por la UE.

En contra de la estampa de líder impenetrable, Putin sucumbe ante los resortes emocionales. Agradece el detalle de que sus enviados a Londres para asesinar a Litvinenko, donde la inducción del Kremlin figura en la investigación judicial definitiva, recurrieran al polonio radiactivo. Esta sustancia enlaza con las tradiciones del KGB, que el espía no antiguo sino permanente sabe apreciar. A propósito, el crimen estaba vinculado a la actuación de las mafias rusas en España, un asunto tabú.

En la misma línea sentimental, cuesta integrar en la casualidad que el asesinato irresuelto de la periodista Anna Politkovskaya tuviera lugar el día del cumpleaños del presidente ruso. Qué mejor homenaje pueden brindar los asesinos a sueldo. Por desgracia, Europa no ofrece ahora mismo ningún líder que actúe como contraste. Ni siquiera de acompañante de Putin. El Mundial es la constatación de una dominación transfronteriza, mientras las democracias domesticadas miran a otra parte. La invasión de Afganistán a cargo de Breznev causó la ruina de los Juegos Olímpicos de Moscú en 1980. Tantos años después, los reyes continentales remolonean, pero ni una selección se ha ausentado de la cita futbolística.