Los primeros movimientos del nuevo gobierno Sánchez ya indican por dónde pueden ir los derroteros de lo que queda de legislatura (¿se han dado cuenta que nadie exige elecciones, salvo los descolocados Ciudadanos, de Albert Rivera?), que bien podría alargarse los dos años que faltan hasta su finalización teórica (junio de 2020).

En primer lugar, medidas efectistas de progreso, sin excesivo coste económico, con la idea de recuperar a parte del electorado perdido a la izquierda (en manos de Podemos) e, incluso, a la derecha (Ciudadanos). Ahí cabe enmarcar la decisión de acoger al barco Aquarius, con más de 600 inmigrantes a bordo, tras la negativa del gobierno italiano de abrir sus puertos a los refugiados. Curiosamente, una decisión que puede ser vista con simpatía por gran parte de la opinión pública, ante una emergencia humanitaria, no parece haber tenido en cuenta que va en contra de lo que sucede ya en muchos países europeos (refractarios a abrir las puertas a foráneos, como sucede en Italia, Austria, Hungría… o incluso Francia, que ha atacado a los transalpinos por su falta de solidaridad, cuando tampoco ha cumplido con las cuotas de refugiados), efecto llamada aparte.

Por otra parte, un nivel de rigor elevado con cualquier irregularidad de sus representantes públicos, como ya ha sufrido el más efímero ministro de la democracia en España, Màxim Huerta, forzado a dimitir tras filtrase un fraude a Hacienda, cuando colaboraba con Telecinco. Para otro momento habrá que dejar el papel que juegan los nuevos medios (y la acción multiplicadora de las redes sociales), a la hora de socavar la carrera de cualquiera. Queda claro que bastantes políticos del siglo XX no habrían sobrevivido mucho tiempo, en esta era.