Existen ciudades literarias y otras que no lo son. De las segundas no vamos a hablar para no herir susceptibilidades. Entre las primeras, desde Dublín a Trieste, sin olvidar Moscú y San Petersburgo, hay toda una amplísima gama de ejemplos a señalar, hablando solo de Europa, ya que si nos vamos a América, desde Buenos Aires a Nueva York, la lista sería interminable. En cantidad y calidad. En las que conozco de entre ellas, la literatura, lo literario, el amor por leer en un banco de un parque olvidado, o escribir en la soledad del recinto particular y exclusivo del cuarto de cada uno se palpa, se respira, está en el aire. Hay librerías en cualquier esquina y músicos callejeros. Ambos fenómenos suelen ir ligados, el amor a la literatura y el amor a la música. En ellas hay una atmosfera especial, en la que la música suele intentar describir y expresar lo que la palabra difícilmente consigue.

Pero hay un caso especial de una ciudad que reúne todas las condiciones para serlo y no lo es, porque desconoce su propia historia. Esa ciudad es la Málaga de nuestros pecados y de nuestros encuentros y desencuentros.

Cuando empecé la campaña para colocar el poema de Aleixandre en la calle, no tenía muchas esperanzas de que llegara a buen término, ni de que me siguiera mucha gente. Pero no fue así. Al día siguiente, había decenas de personas e instituciones, pidiendo lo mismo que yo. Y tengo que decir abiertamente que el alcalde acogió la propuesta desde el principio.

La gente respondió con entusiasmo, con alegría, sabiendo que lo que intentamos es sacar la literatura a la calle, hacerla presente en la vida diaria, que las paredes de nuestra ciudad, en vez de estar ocupadas por carteles publicitarios, o por grafitis, que pretenden ser arte, sirvan como enormes libros abiertos, para que se produzca una especie de boda entre la ciudad y los escritores que dedicaron y dedican sus vidas a escribir y hablar sobre ella, como las bodas del mar en Venecia. Algo de lo que intentó hacer el Instituto Municipal del Libro, exterminado en una de las decisiones políticas más torpes y absurdas que recuerdo en mi larga vida. Sé que muchos pensarán mientras leen estas líneas, que debo ser idiota por escribir sobre algo que para ellos carece de trascendencia. No importa. El padre Herrera, mi inolvidable maestro en el colegio del Palo, cuando alguien le preguntaba para que servían el arte y la historia y la literatura, invariablemente respondía: «Para ser persona». Claro, que también hacía suyas las palabras de Ortega y Gasset «dondequiera que las jóvenes musas aparecen, la masa cocea». Y estallábamos en risas, sin ser realmente conscientes de lo que todo aquello significaba.

Pero esto es solo el principio de la historia. Si intentamos construir una ciudad culta, este es solo el paso más importante, el primero, que tiene que ser seguido por muchos otros. Málaga está tan presente en la literatura del último siglo, han sido tantos los que han escrito sobre ella, tantos los que la han amado, aunque solo sea -no es poco- por la libertad que aquí encontraron y que les era negada en sus ciudades de origen, que sus versos y sus textos han de ser conocidos por todos nosotros, a la vez con agradecimiento y con orgullo, con amor y con pasión. Hasta conseguir que esta sea una ciudad literaria que se reconozca a sí misma. Hay un enorme diferencial entre el mundo de los museos que llenan Málaga y el poco interés hacia las letras. La Feria del Libro es una vergüenza sin paliativos. Escojan las autoridades entre la lista que les ofrezco: Desde Ibn Said Al-Magrebí en el siglo XIII («a Málaga tampoco mi corazón olvida»), hasta Rubén Darío, Machado, Guillen ( por qué no está su ´Paseo Marítimo´ junto a su monumento ), Lorca (€«negros torsos bañistas oscurecen€»), Giménez Caballero, Alberti, Cernuda, Bernier, Blas de Otero, Pablo García Baena, Mercedes Formica (cómo es posible que no hayamos conseguido recuperar su busto abandonado en Cádiz por una pandilla de ágrafos, o no hayamos sido capaces de construir uno por suscripción popular y colocarlo donde ella solía pasear, desde el Monte de Sancha, hasta el paseo de Reding, el desfile del amor, como mi madre llamaba a aquella zona?). Pongan sus textos en las paredes de las calles de Málaga y recuerden a sus hijos legítimos, o ilegítimos, naturales, o adoptivos, pero hijos todos. Y no me olvido del extraordinario soneto de Gerardo Diego a la Catedral de Málaga («Naciste de la pura geometría, blanca en la mente azul delineante€»), que tantas veces pedí a quien correspondía, que se colocara en los jardines de calle Cister, o en el patio de los Naranjos, sin respuesta alguna.

La Málaga de Caracola y Litoral, la Málaga de las Minervas y las mejores imprentas de España, la Málaga vinculada a la Residencia de Estudiantes, la Málaga culta, que existe y ha existido desde hace mucho tiempo, reclama su protagonismo en la ciudad. Entre otras cosas para intentar evitar que muramos de éxito.

Ayer estuve viendo Callas by María en el Albéniz. Un documento extraordinario, no solo para los que amamos la ópera, sino para toda persona que tenga un mínimo de sensibilidad en su alma. A la salida, la luz de la caída del sol iluminaba en oro los muros de la Alcazaba y los sillares del Teatro Romano, en ese trozo de ciudad que como decía el inolvidable Paco Peñalosa, y que también me repitió Eusebio Leal, el Historiador de La Habana, no existe en ningún otro lugar que conozcamos: desde el mundo romano hasta el mundo neoclásico, pasando por el plateresco, el renacimiento y el barroco. O como me dijo Gluckman en el Museo Picasso: «Es el primer sitio del mundo en el que encuentro tres mil años de Historia del Arte en vertical. Los fenicios debajo y Picasso Arriba».

Los niños jugaban junto a las piedras milenarias, mientras yo bajaba por la Travesía del Pintor Nogales. Pronto ese muro recogerá el alma de esta ciudad.