La comunidad ha supuesto un gran avance, pero resta todavía un largo camino para alcanzar las cotas de desarrollo de las regiones punteras de España. Esa es la opinión más extendida entre los ciudadanos consultados por La Opinión. El balance, muy positivo.

Las tres décadas de autonomía andaluza no despiertan indiferencia entre los malagueños. La relevancia que cobraron las manifestaciones celebradas en la capital, la muerte de García Caparrós, hacen que el espíritu del 4 de diciembre no haya sucumbido, a pesar de los cambios y la velocidad de los últimos años. La mayoría de los ciudadanos consultados por este periódico mantiene una opinión al respecto. Documentada y con visión de recorrido, más allá de las diferencias.

La evolución de la comunidad, su dinamo como poder territorial, representa una materia especialmente viva entre los sectores de edad madura. Las vivencias, el esfuerzo, pesa en la memoria y obliga a no pasar página, lo que no suprime las críticas. Respaldar la autonomía andaluza y aplaudir su conquista, laboriosa en los despachos y en las pancartas, no obliga a la autocomplacencia. Al menos, en Málaga, donde hay opiniones para todos los gustos.

Si se pueden abstraer principios generales, el resultado muestra que la población no se ha arrepentido del camino emprendido en 1980. La noción de autonomía, opuesta a la de un centralismo tenaz y poco sensible a las exigencias de la diversidad, no se discute. Las ventajas, en términos de derechos y proximidad a las instituciones, convencen a los malagueños. Aunque existen las objeciones. La visión más extendida es que existen aspectos susceptibles de mejora, que todavía no se han cumplido todos los objetivos.

La mayoría de las críticas se conducen por el ámbito de la comparación. La ciudadanía opone la envergadura y el peso demográfico de Andalucía con el desarrollo de otras comunidades. Es el caso de Cataluña, a la que atribuyen un mayor avance y una presencia más fuerte y consolidada en el diálogo con la administración central. El análisis, sin embargo, no ignora los beneficios que el proceso ha aportado a la constitución de la región. Hablan de la autonomía como de una necesidad, un marco positivo para dejar atrás una etapa dura, acerba en lo económica y las libertades de los andaluces.

Junto a la comparativa con otras comunidades, los malagueños dirigen su crítica al escenario político. La disconformidad, en algunos casos, se hace patente, más allá de las debilidades personales. Roberto Martín y Maribel Castro creen que uno de los mayores óbices reside en la confrontación entre partidos, que, en ocasiones, aseguran, anteponen sus intereses electorales al beneficio de la población. "A veces se quiere llegar al poder con la crítica y no con los votos", resumen.

El debate sobre el Estado de la Autonomía incluye también su vertiente de memoria histórica. Se alude, en este apartado, a la deuda contraída por el Gobierno, en materia económica y de competencias, aunque también a aspectos aparentemente superados, como si la vía de entrada a la comunidad fue la adecuada. La disquisición entre los artículos 140 y 143 continúa dividiendo a la vieja tropa. Entre los jóvenes interpelados, el conocimiento no es tan prolijo. La conciencia, no obstante, está presente. El proceso de autonomía, aseguran, no debe tener marcha atrás. Su versión de los hechos es de un principio fundamental, irrenunciable, aunque aún queden flecos que limar.

En el apartado de elogios, casi todos coinciden en los mismos puntos. Emparentan la estructura de comunidades con el progreso en materia de libertades, de derechos, de reconocimiento. La parte negativa, tiene mayor carga heterogénea. Algunos como José Manuel Pereira se reconocen partidarios de la autonomía, pero critican sus efectos burocráticos. "Se han creado diecisiete reinos de taifas, con cargos y asesores, con leyes distintas", resalta.

Pereira considera que la distribución territorial no está exenta de consecuencias negativas, especialmente en lo que respecta a la burocracia. En este sentido, se refiere a las oposiciones y a las dificultades para encontrar una plaza en una comunidad distinta a la de origen. "Ahora no puedes presentarte en otros puntos del país, partes con desventaja, es como si se hubieran creado nuevas aduanas", razona.

Otros malagueños apelan a problemas más generales, que no se reducen al ámbito de las comunidades ni a su puesta en funcionamiento. Si se les pregunta qué cosas son mejorables, apelan a las mismas que inquietan en el resto del país, el desempleo, las dificultades para encontrar una vivienda.

Tampoco escasean las críticas a la propia población. Los malagueños no apelan a la complacencia. Dicen que algunos de los errores de la evolución de la autonomía se corresponden con la falta de compromiso de los propios andaluces en muchos aspectos, como la implicación en la identidad y en la defensa de los intereses autonómicos. "Somos los primeros que tenemos que denunciar determinadas cosas que no nos gustan", sostiene Mari Carmen Gómez.

El interés por el aniversario de la creación de la comunidad despierta múltiples respuestas, si bien también abundan, en menor escala, los silencios. Algunos jóvenes optan por no manifestarse y perciben la efeméride con una indolencia que tiene mucho de derecho adquirido, incuestionable. La autonomía les parece algo natural. "Claro que estamos mejor, pero, ¿cómo iba a ser si no? Lo otro era una dictadura", reseñan. La percepción es que en Málaga no existen síntomas de arrepentimiento. Los deseos están en sintonía con los de la mayoría de las comunidades. Se pide más descentralización, pero con una gestión eficaz, comparable en protagonismo y cifras de crecimiento económico a las regiones del norte, espejo en el que se miran buena parte de los entrevistados en esta publicación.

Los primeros treinta años de la comunidad tienen un sabor muy especial en Málaga. Pocas calles representan mejor la lucha de principios de los ochenta. El esfuerzo de los ciudadanos impide la desmemoria. Es el momento del análisis. ¿Mereció la pena? Los malagueños parecen tenerlo claro. No dudan. Sí. la conquista se ha traducido en un marchamo de desarrollo al que, no obstante, se deben apretar las bujías. Es la visión más generalizada. Resta saber que deparará el futuro. La autonomía, pese a los defectos y las mejorías, es un engranaje consolidado, mayor de edad, por fin adulto y maduro. ?