Existe una hermandad dentro de la hermandad del Dulce Nombre, que cada Domingo de Ramos se reúne en el que puede que sea lugar más especial de toda la procesión. A sus pies. Ocho privilegiados la llevan en el submarino, allí donde la luz y el sonido penetran de forma tamizada. Singular. Allí, Virgen de las Aguas, Al Cielo con Ella o María Santísima del Amparo se disfrutan de otro modo, casi en penumbra, aunque aún sean las cuatro de la tarde. Allí, la única referencia son los pasos de cebra en el asfalto. Pero allí uno se siente único porque sabe que más cerca no se puede estar de la Señora del Dulce Nombre.

Por fuera se disfruta de la mecida del palio de malla, de las flores dispuestas en esbeltas piñas de gladiolos, claveles y liliums, de la Virgen que abriga su espalda con un manto de mar, y de los sones de la Banda de la Trinidad, que se estrenaba con la cofradía, en una apuesta que resultó ganadora y que salió dispuesta a reventar el Domingo de Ramos con sus notas.

Por fuera, la cruz guía salía de la Divina Pastora, con el incesante repiquetear de las campanas de sus espadañas, y se echó andar con la banda de la Virgen de la Peña, de Mijas. La sección del Cristo, de franciscano sello en sus hábitos, formaban la ordenada comitiva, a la que ya saludaba tanto el guión del Prendimiento como las banderas de María Auxiliadora y de Salesianos. El Señor de la Soledad caminaba al son de la agrupación musical del Cautivo de Estepona, marcando el en la cuesta redonda de la plaza de Capuchinos.

Por fuera avanzaba el Cristo a lo largo de la Carrera en dirección a la Catedral, con su túnica morada y un profuso moldurón de claveles rojos en torno al cajillo, en el que se adivinan formas de obra maestra. Pero por dentro, en el submarino otra vez, se respiraba un ambiente de gran solemnidad, sin estridencias, donde se daban órdenes sabias y precisas.

Por fuera, la Virgen miraba al infinito con esa belleza contenida que la hace única, enmarcando su rostro con bullones, nimbado su cabeza con una corona de canasto con fondo rojo, que le daba empaque, y rezando las cuentas de un rosario verde traído expresamente del Vaticano.

Por dentro, seguían los ocho valientes, una familia cofrade que se sigue reuniendo y no quiere separarse de Ella ningún Domingo de Ramos y cuyo patriarca es Carlos Martínez.