Con seguridad, hoy saldrá a las afueras de Doha y rezará. Se acordará de Málaga y de las cofradías que esta tarde salen en procesión. De las sagradas imágenes a las que hoy no podrá ver en presencia, pero a las que se imaginará recreándose en las curvas de la memoria y el recuerdo. Julio Torres, hombre de trono curtido en mil varales, capataz con voz autorizada en el más amplio sentido de la expresión, no puede vivir esta Semana Santa en su ciudad. Por cuestiones de trabajo, o mejor dicho, porque aquí no lo encontraba, se vio obligado a emigrar. Y se ha ido lejos. Nada más y nada menos que a Catar, país de Oriente Medio donde el Islam es la religión predominante y supone las creencias del 77,5% de la población. Sin ser un país totalitario, pese a ser constitucionalmente laico, no se permite el culto público de otras religiones. El catolicismo está prohibido.

En Doha trabaja en uno de los hospitales más prestigiosos del mundo. Pero no hay iglesias. Por eso, reconoce que no sabe aún cómo, pero consiguió pasar por la aduana unas fotografías de Jesús Cautivo y la Virgen de la Trinidad. Me lo explicaba durante la pasada víspera de Reyes, en Las Merchanas, un bar del Centro donde siempre es Semana Santa. Se le veía triste porque se iba a perder estos días que tiene marcados en rojo en su calendario, pero convencido de que la obligación prima sobre la devoción, y nunca mejor dicho.

Esas estampas las tiene escondidas, junto a otras de santos y de otros españoles por Doha, y con ellas, han establecido un pequeño santuario «clandestino» en el extrarradio. Todas las fotos están en una caja, bajo tierra. Y allí se reúnen y celebran sus particulares misas, que ya se sabe que con que dos se reúnan en su nombre, ahí está Dios. Y si Él lo quiere, hoy, Lunes Santo, Crucifixión y Cautivo harán sus estaciones de penitencia, como la Virgen de los Dolores saldrá el próximo Miércoles Santo. Y todos estarán con Julio, haciendo su Semana Santa en el corazón, en su experiencia, en su alma.

El niño quería darle la mano al Señor. Desde un balcón de la calle Beatas, un niño de no más de dos años veía pasar el traslado de la Sentencia por esta estrecha calle. Estaba con su abuelo y no perdía detalle del maravilloso espectáculo para los sentidos que ante él se estaba produciendo. Puede que fuera la primera vez, y tenía al Señor a su altura, accesible, cercano, guapo y amable. Es el Señor que, aun sentenciado, asume su condena a muerte con una sonrisa en los labios. Y los niños, que tienen un sexto sentido para todo, se dan cuenta de que no hay ni un ápice de rencor en ese gesto. Jesús de la Sentencia se convierte en un amigo. Un amigo al que se le quiere dar la mano. Y el pequeño quiso hacerlo, alargando el brazo a través de la reja del balcón y diciendo: «Dame la mano».

Puede ser de las reacciones más tiernas que se pueden vivir en Semana Santa, en la que sin duda, existe el efecto acción-reacción. Arquímedes tenía razón con su teoría de los vasos comunicantes. Vamos, que el público reacciona en función de lo que cada cofradía le ofrece. Así, en Lágrimas, cuando la banda ataca una marcha, se produce el siseo. Por sistema. La gente quiere disfrutar del espectáculo que ofrece esta Virgen en la calle, incluida la música. Si ocurriera siempre así, garantizo que todas las bandas sonarían mejor. Pero unas tanto y otras, sin embargo, tan poco.

En la bulla también se escuchan comentarios jocosos. En el traslado de la Misericordia, ante el imponente Nazareno con su melena de tirabuzones espectaculares: «En esta albacería no pueden faltar unas GHD (planchas para el pelo).