La inquietud de la Asociación de Aficionados Prácticos de Málaga, un activo grupo de locos del toreo que se ha propuesto profundizar en la técnica de la tauromaquia más allá de gozar de ella desde un tendido, nos llevó a disfrutar ayer de una corrida en la que se pretendió realizar una exaltación a la denostada suerte de varas.

La ocasión era propicia, ya que se anunciaban reses de la ganadería de Herederos de Salvador Guardiola, el hierro triunfador de la feria del pasado año y cuyos toros, habitualmente, se arrancan con bravura al caballo. Así, se planteó un concurso al mejor puyazo, y en el albero se dibujó un ojo de cerradura para delimitar el lugar en el que colocar los astados para recibir el castigo.

El resultado suponía una incógnita para todos, y sin duda su éxito dependía del juego ofrecido por los toros. Y como la calidad de los ´guardiolas´ brilló por su ausencia, la cosa no salió como se esperaba y quedó desierto. Eso sí, aunque lamentablemente sea por un día, la afición estuvo atenta a este tercio, y los matadores cuidaron un poco más las formas a la hora de colocar a los toros. Ojalá siempre fuera así, y no hiciera falta adornarlo de acontecimiento excepcional...

Lo cierto es que la corrida hizo bueno el dicho de que segundas partes nunca fueron buenas, y como la memoria es muy débil, pronto nos olvidaremos de ese buen encierro de 2011. La historia se escribe año a año, y la realidad de 2012 fue la de unos toros mansos sin más. Eso sí, en lo que se sabía que no iban a defraudar era en presentación, con unas arboladuras impresionantes, aunque sin el remate en general del pasado año.

Sí que hubo un toro, el tercero, de nombre Financiero, que a la mansedumbre de sus hermanos le añadió un punto de raza de agradecer. Lo que se dice un manso encastado que le correspondió al colombiano Luis Bolívar.

Pudo haber sido un burel para un triunfo importante, y la cosa empezó bien con delantales con el capote y dos medias con calidad. En el caballo fue el único que al menos se arrancó, y con la muleta en matador comenzó cambiándoselo por la espalda. Se presumía emoción, porque el toro la tenía, con su punto de brusquedad. Estuvo valiente, tragándole mucho por momentos, aunque no terminó de cogerle la velocidad y la labor resultó demasiado enganchada. De más a menos, cerró de la forma más baja posible: con una estocada en el costillar.

Con el último, aunque no tenía buena pinta, tuvo el detalle de brindárselo al equipo médico de La Malagueta que dirige el doctor Juan Pedro de Luna, y que le operó tras la cogida sufrida en 2009 en este mismo coso. Pero aunque su intención era buena, lo que no puede ser no puede ser... Y además es imposible.

El Fundi. Abría cartel el madrileño José Pedro Prados El Fundi, que en su temporada de despedida de los ruedos recibió el cariño del público malagueño al romperse el paseíllo, a pesar de que en veinticinco años de carrera la de ayer fue la segunda vez que pisó este albero. No guardará recuerdo de esta tarde, con dos toros imposibles. Así, el primero salió suelto, huyó de los capotes y de inicio se quedó corto. Ya en la muleta no se empleaba, yendo con la cara alta y demostrando su falta absoluta de casta. Quiso el de Fuenlabrada poner todo de su parte, mostrando su oficio y poderío. Así, lo llevó muy tapado, sin mostrarle la salida, aunque algo irregular en la colocación. Cuando lo probó con la zurda terminó por rajarse y no le quedó más que andarle por la cara antes de entrar a matar.

Con su segundo tuvo menos paciencia. Ya sabía de qué iba la cosa y comprobó pronto que no valía la pena jugársela. El astado manseó de salida, no quiso pelea, descompuso a la cuadrilla y llegó a la muleta a la defensiva. El molesto tobilleo propició que, cual torero antiguo, se limitara a machetarlo y volver a tomar la espada.

A José Luis Moreno no le tocaron tampoco toros con posibilidades, pero tampoco pareció que el cordobés estuviera en condiciones para cuajarlos si le hubieran salido. Desdibujado, la de ayer fue una tarde de sombras en una carrera marcada por la irregularidad. Mal colocado y abundando en el paso atrás, el primer animal tenía poca fuerza y menos casta aún. Así, la labor resultó insulsa, sin emoción alguna a pesar de los leños que enseñaba el burel. Su desconfianza quedó de manifiesto al entrar a matar, saliéndose tanto de la suerte que a punto estuvo de enterrar el estoque en la arena. Así, terminó con la vida de este toro con tres pinchazo en los medios y un descabello.

El quinto, por su parte, fue un ejemplo de quiero y no puedo. El toro no valía un duro, y el matador se inhibió en los primeros tercios. Pero al tomar la muleta quiso justificar su inclusión en esta corrida a contraestilo con su concepto, pero es lo que ahí. Tras un inicio por bajo con cierta estética, la larga faena terminó por diluirse como la corrida en general. El espectáculo con el descabello (hasta nueve veces tuvo que intentarlo) resultó sencillamente lamentable.