­Con el ocaso del sol, la Feria de Málaga se traslada de lugar. Conforme el gentío de la fiesta en el centro de la ciudad empieza a disminuir y las montañas de botellas de Cartojal quedan a la vista de cualquiera, el Cortijo de Torres comienza a notar el incremento de personas en sus casetas. El vino blanco se cambia por el ron. Y las gafas de sol y las chanclas, por la ropa elegante. El calor del día deja paso a la brisa de la noche. Tras una ducha refrescante, una breve siesta y una cena recomponente, muchos jóvenes se muestran dispuestos a seguir disfrutando de la fiesta en el Real.

La placentera tarde que disfrutan muchos de los allí presentes bailando flamenco llega a su fin con la avalancha de adolescentes que, con el pack completo de últiles para el botellón, invaden la explanada cercana a la puerta que representa el Teatro Echegaray

Mientras estos hacen su particular transición, las familias aprovechan para escuchar las últimas malagueñas en una mesa repleta de platos de jamón y pescaíto malagueño antes de que la música discotequera invada el sonido ambiente de todo el recinto. En la caseta La Derrama, del Colegio de Administradores de Fincas de Málaga, terminan de despachar sus últimos menús a media noche y se preparan para la segunda parte de la noche. En apenas un cuarto de hora -dicen- puede empezar a llenarse otra vez con los socios que piensan disfrutar de la madrugada. Otra más antigua, como la Peña Puerta Blanca, presenta un incesante número de personas entrando y saliendo, a la espera, quizá, de que su pareja de guapos llegara rodeada de flashes como Reina y Míster de la Feria 2014.

Los mayores con niños también se muestran expectantes a que los benjamines de la familia decidan poner fin a la tregua de pesadez para intentar volver a montar, una vez más, en esas atracciones que, aún con música de tómbola, les suena como un canto angelical que les atrae inevitablemente.

Los que eligieron los primeros días de la semana para saciar las ganas a los niños de subir en el tiovivo o los coches de choque no se libraron de esperar las colas, a veces interminables. Ver Málaga desde lo alto de la noria, por ejemplo, puede costar, además de un pico en el bolsillo, un cuarto de hora del tiempo destinado a dar vueltas por estas calles a la izquierda de la portada principal del Hotel Miramar.

El debate entre Real y Centro apenas cesa. Mientras aquellos que disfrutan de ambas ferias se muestran satisfechos de la actual combinación, los peñistas siguen defendiendo que el Cortijo de Torres debería ser el único lugar en el que se celebrar la semana grande. El presidente del Colegio de Administradores de Fincas, Fernando Castor, opta por volcar todo a este lugar debido a la inversión que supone montar los establecimientos y a la incomodidad que se les genera a los vecinos del centro que durante estos días sufren el interminable y molesto ruido de los feriantes.

A pesar del ambiente flamenco que habita la fiesta de día en el Real, la llegada de la juventud cambia el ambiente predominante, al menos en las casetas que van de la 119 a la 126 y de la 161 a la 168. Ni el desfile de las candidatas a Reina de la Feria al principio del recinto, ni el concierto de India Martínez en el Auditorio movía un ápice los planes de aquellos de una edad comprendida entre los 18 y los 30 años el pasado lunes. El motivo: el botellón. La calle José Blánquez «El Mago» era una larga fila de jóvenes que terminaba en una gran aglomeración al encuentro con la calle Las Bulerías. El éxito del botellón en Cortijo de Torres es absoluto. Los cientos de bebedores allí congregados eran observados de cerca por los cuerpos de seguridad, siempre atentos para evitar cualquier incidente.

Como todas las noches, las ambulancias dejan de sonar y la noche da paso a un nuevo día. El Real se reinventa cada mañana para acoger a los feriantes que deciden visitarlo. El Centro hace años que dejó de ser la única opción para vivir la Feria de Día. El Real gana adeptos año tras año.