El niño durmió la noche del 5 de enero con la intranquilidad de quien sabe que va a ser visitado de manera inminente. Bajos sus párpados, los ojos se movían con el tictac impaciente de aquel que intuye que debe dormir por obligación, sin deseo ninguno, y todo porque los presentes que iban a aparecer en su dormitorio exigían el abatimiento de su inocencia tras un duro día de torbellino físico y de ilusiones contenidas, a la espera éstas de una ventana entreabierta por la que entrando el frío de enero también entrarían los Reyes providentes. Eduardito esa noche no discutió el mandato para que se fuera pronto a la cama, porque los Magos no vienen si los niños están despiertos, les decían. Ya por la mañana, sus padres se acercaron en silencio a la habitación de Eduardito para pillarlo in fraganti de juguetes. Al entrar, vieron juguetes gastados de mucho jugar. De Eduardito, nunca más se supo.